jueves, 24 de abril de 2014

Sertorio: Hispania contra Roma

De oscuro linaje, según Plutarco, Quinto Sertorio contaba con varias de las virtudes que pueden convertir a un general en mítico: su valentía y su ingenio. Sin embargo, historiadores antiguos y modernos han visto en él desde un héroe hasta un traidor. En cualquier caso, Sertorio mantuvo en jaque a Roma durante diez años y volvió a resucitar las aspiraciones independentistas de los lusitanos tras la muerte de su caudillo Viriato. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
En el año 82 a.C. Sertorio se encontraba en Mauritania, cumpliendo una misión muy precisa: reclutar un ejército para combatir a Sila, que había sido nombrado dictador como cabeza del partido de los aristócratas. Entonces Sertorio recibió una propuesta inesperada: los lusitanos le ofrecían encabezar una rebelión contra Roma. De esta forma, un pueblo oriundo de la Península Ibérica se ponía voluntariamente en manos de un general romano. Los intereses de los lusitanos no coincidían exactamente con los de Sertorio: los primeros querían librarse del yugo de Roma, el segundo sólo pretendía acabar con el poder de Sila. Pero tenían un enemigo común que hizo posible la alianza. Sertorio ya había estado antes en Hispania acompañando al cónsul Didio, que actuó con implacable impiedad contra los lugareños. Fue así como Sertorio se dio cuenta de que era mucho más inteligente tenerlos como aliados. Por tanto, tras la invitación a encabezar la guerra, Sertorio dejó una parte de sus tropas en África y marchó con 4.000 hombres a Hispania en el año 80 a.C. Comenzaba el mito de Sertorio entre los lusitanos.
Es, precisamente, en ese momento cuando tiene lugar uno de los episodios de la vida de Sertorio que aunque parece anecdótico no lo es en absoluto. Plutarco nos cuenta que un lugareño llamado Espano había encontrado una cierva recién parida. Tras hacerse con la cría, se la regaló a Sertorio, pues era un animal extraordinario por su blancura. La cervatilla terminó haciéndose tan inseparable del general que éste quiso hacer creer que aquel regalo había sido hecho por la propia diosa Diana y que gracias al animal podía conocer secretos vedados a los demás mortales. De esta forma, si algún mensajero traía la noticia de la victoria de uno de sus ejércitos, ocultaba a éste y hacía ver que era la cervatilla la que se lo había transmitido, logrando ser tenido como un dios entre los supersticiosos lusitanos.
Gracias a tales cosas, Sertorio encarnaba en su persona al buen romano, al general aguerrido y al hombre dotado de cualidades sobrenaturales. En cierto sentido, había suplido la nostalgia del antiguo caudillo lusitano Viriato. En lo militar, Sertorio supo combinar sabiamente la táctica romana con la peculiar lucha de guerrillas lusitana: no dar tregua al enemigo, devastar y rapiñar, obrar con rapidez y evitar batallas en campo abierto. Es así como logró poner en jaque a Cecilio Metelo, a quien Sila había enviado a Hispania como procónsul. De manera paradójica, Sertorio lograba las victorias mediante sus estratégicas retiradas. Fue así como Sertorio, con su lugarteniente Hirtuleyo, logró neutralizar la ofensiva de Metelo y avanzar hacia la Hispania Citerior desde la Ulterior. Según Schulten, este avance hacia el Este debió de ser un cómodo paseo triunfal. Sertorio tomó Segóbriga y Caraca, y continuó por Bílbilis y Contrebia. Ahora también los celtíberos hacían causa común con Sertorio.
Llegado a Osca (la actual Huesca), Sertorio fundó una inusitada escuela con el fin de instruir a los hijos de los nobles celtíberos. Sin embargo, el fin de este centro de enseñanza no era tan filantrópico como pudiera parecer, pues le servía para mantener a los hijos de estos nobles en calidad de rehenes. También creó en Osca un senado, si bien no era más que un mero órgano consultivo. Sertorio se acercaba así a la figura que unos años más tarde encarnaría el propio Augusto, pues su verdadera intención era convertirse en emperador. Según Schulten, el propósito de Sertorio era crear en Hispania una segunda Roma para poder lograr así el control de la misma Roma. Hispania se convertía de esta forma no tanto en el objetivo de Sertorio como en el instrumento ideal para terminar con el poder de Sila. Hacia el año 76 a.C., Sertorio estaba ya en la cumbre de su poder, lo que le permitió organizar una gran ofensiva hacia el Levante. Quien acabará siendo su asesino, M. Perpenna Vento, une ahora sus fuerzas a las suyas. Es entonces cuando Sila envía hasta Hispania a otro de sus grandes generales, Pompeyo. Este logra vencer a Perpenna, pues era muy inferior en astucia y valentía al propio Sertorio. No obstante, Sertorio logró interponerse entre ambos contendientes en la ciudad de Lauro, equidistante de Sagunto, donde había establecido su campamento Pompeyo, y de Valentia, a donde había huido Perpenna. Sin embargo, la llegada de las tropas de Metelo, quien había logrado terminar incluso con el lugarteniente Hirtuleyo, supuso un grave revés para Sertorio. Tuvo entonces lugar en Sagunto uno de los combates más decisivos, aunque se libró con una victoria pírrica para Sertorio, por culpa de Perpenna, una vez más. En el otoño del 75 a.C. fue Pompeyo quien atacó a Sertorio, pero sin obtener tampoco una victoria clara. El mito de Sertorio como general invicto comienza a resquebrajarse. Pompeyo envía entonces una carta al Senado de Roma (conservada gracias a Salustio) para conseguir más recursos y tropas. Gracias a esta nueva ayuda, Pompeyo y Metelo ponen cerco a la sertoriana Calagurris en el año 74 a.C. Tras haberse hecho con la Hispana Citerior preparan ahora su ofensiva contra Sertorio en la Ulterior. Además de la ofensiva externa, la división que se va produciendo entre los aliados de Sertorio es cada vez mayor a causa de lo incierto de sus victorias. Para colmo de males, se extravió la cierva del general, encontrada casualmente gracias a unos que la reconocieron corriendo por el campo. Sertorio preparó teatralmente el reencuentro con el animal, dejando que ésta acudiera públicamente hasta él como si de un hecho divino se tratara. No era más que el desesperado intento de recuperar su fama sobrenatural. Pero ya todo era en vano. En el año 73 a.C., el poder de Sertorio se derrumba, una vez perdida la Celtiberia. Obligado a refugiarse en el territorio del valle del Ebro, Sertorio terminará convirtiéndose en un personaje vil y despótico. Las relaciones con los pueblos nativos se vuelven turbias. Incluso va a ordenar la muerte o la venta como esclavos de los hijos que los caudillos iberos habían dejado en la escuela de Osca. También los romanos que habitan con él en Osca recelan cada vez más de su persona. Es entonces cuando movido por la envidia y el miedo Perpenna organiza una conspiración contra Sertorio, al tiempo que el Senado de Roma decretaba el perdón para todos aquellos partidarios de Sertorio que depusieran las armas. Once fueron los coautores del magnicidio, que tuvo lugar durante un banquete organizado en casa de Perpenna para celebrar una falsa victoria. Esto ocurría en el 72 a.C. El asesinato de Sertorio puso fin a su paulatina decadencia, pero también a diez años de campañas militares por Hispania. Tras su muerte, la causa sertoriana fue desvaneciéndose. Tan sólo Calagurris se mantuvo firme hasta el punto de que sus habitantes, sitiados, recurrieron a la ingesta de cadáveres humanos. FRANCISCO GARCÍA JURADO