sábado, 9 de febrero de 2013

Encuentros complejos: Fedro y Augusto Monterroso


Al lector desprevenido quizá le sorprenda que, por ejemplo, Aulo Gelio ocupe el título de un cuento de Andrea Camilleri. Se trata de un "encuentro complejo" e inesperado entre un autor antiguo y otro moderno. Entre ellos se tiene un puente rico e interminable que va más allá de una mera imitación. Hoy quería traer aquí otra relación curiosa y fructífera: la del fabulista latino Fedro con el autor hispanoamericano Augusto Monterroso. FRANCISCO GARCÍA JURADO HGLE

Para mi amigo y colega David García, allí, en la propia UNAM donde habitó Monterroso

Nos resulta difícil pensar que haya alguien, incluidos los niños, que no supieran darnos su versión de una fábula como la de la cigarra y la hormiga. Con razón dice Gérard Génette que la "fábula es casi íntegramente un género hipertextual y paródico"[1], hipertextual porque de manera indeleble subyace el texto clásico, ya sea de Esopo, Fedro, o La Fontaine (por no recordar nuestros fabulistas hispanos Iriarte, Samaniego y Hartzenbusch), y paródico porque siempre tenemos la posibilidad de reconvertir el asunto de la fábula a nuestro gusto, actualizándola o convirtiéndola en arma de doble filo. Estamos también de acuerdo con Genette cuando afirma que el éxito de la fábula viene dado por su brevedad y su notoriedad[2], condiciones necesarias para que sea un género tan popular. Esa brevedad o concisión, precisamente, tan acorde con el gusto por la breuitas en la literatura latina, convertida en una obsesión en los tiempos del Imperio[3], va a ser una de las metas de ciertos maestros del relato breve de nuestro siglo, entre quienes debemos destacar el autor en el que vamos a centrarnos en este capítulo, el guatemalteco exiliado en México Augusto Monterroso (1921), recreador irónico de fábulas, un eslabón más, el más moderno quizá, de la larga cadena que constituye este género, y autor de cuentos tan breves como el titulado "El dinosaurio", que es como sigue:

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí."
(Obras completas (y otros cuentos), incluido en el volumen Cuentos, fábulas y lo demás es silencio, México, Alfaguara, 1996, p.69)

Precisamente, a la brevedad dedica nuestro autor las breves líneas siguientes, no exentas de sabor clásico:

"Con frecuencia escucho elogiar la brevedad y, provisionalmente, yo mismo me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Sin embargo, en la sátira I,1, Horacio se pregunta, o hace como que le pregunta a Mecenas, por qué nadie está contento con su condición, y el mercader envidia al soldado y el soldado al mercader. Recuerdan, ¿verdad?
Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujección al punto y coma, al punto.
A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio." ("La brevedad", en Movimiento perpetuo, recogido en Cuentos, fábulas..., p.144)

A esta misma brevedad alude Gayo Julio Fedro (ca. 15 a.C.-ca. 55 p.C.) en los senarios que abren su libro segundo de fábulas[4]:

Sed si libuerit aliquid interponere,
Dictorum sensus ut delectet uarietas,
Bonas in partes, lector, accipias uelim,
Ita, si rependet illam breuitas gratiam.
Cuius uerbosa ne sit commendatio,
Attende, cur negare cupidis debeas,
Modestis etiam offerre, quod non petierint[5].

Monterroso se relaciona de manera "natural" con la fábula, pues es un cultivador consumado del relato breve y, quizá por ello, también un fabulista. Una suerte de alter ego literario de Augusto Monterroso es Eduardo Torres, quien en un ficticio ensayo titulado "De animales y hombres" se dedica a hacer una crítica literaria de la obra fabulística de su propio creador, Monterroso, concretamente de su libro titulado La oveja negra y demás fábulas. Veamos qué rasgos destaca acerca del género de la fábula en esta suerte de metacrítica:

"Decíamos que Monterroso va piano; pero debemos añadir que su parquedad corre pareja con su lentitud. De donde resulta que no sólo nos hace esperar sino que cuando se decide y nos da, nos da poco en cantidad. Y aquí viene a pelo un buen símil. ¿Habéis observado a la diligente Hormiga cuando lleva en los debilitados hombros una carga desproporcionada a sus fuerzas, cómo sufre, cuál cae aquí y allá, cuál se agita y gime y suda y a veces se duerme dulcemente acariciando quién sabe qué sueños, para después volver a su fardo, y cómo se angustia ante la lejanía de la meta final en que quizá, y aun sin quizá, la espera la bota del malvado campesino, o la vara del niño malo de la aldea que la aguarda con la sonrisa peculiar de la inocencia en los labios pero al mismo tiempo con la fría mirada del que piensa tan sólo en la destrucción de vidas laboriosas y útiles a la Sociedad? Tal los textos demasiado largos, sobre todo cuando se trata de textos breves y no de novelas... a las que pudiera pensarse malévolamente que me estoy refiriendo con el símil, tal vez más que traído por los cabellos, o las antenas, de este sufrido insecto. Cada quien, pues, lleve el fardo que sus energías le permitan, y recuerde que en cualquier caso arar ha sido siempre una tarea que pueden compartir al unísono el Buey y la Mosca, dicho esto sin entrar a saco en los difíciles terrenos del autor.
¿Quién lee hoy fábulas? ¿Quién lee al malicioso La Fontaine, a Esopo sabio, a Fedro prudente, a Hartzen­busch, al excelso conde, al ameno Lizarsi? Todo el mundo; quizá por ser éste un género reservado a muchos escrito­res y, por ende, con el sabor de la fruta del cercado ajeno (Garcila­so). Es probable que de ahí haya partido el interés de nuestro inquieto autor en brindarnos este puñado de apólogos o enxiemplos que, y esto ha trascendi­do ya por la prensa diaria y las revistas literarias de la capital, interesa por igual a niños (ver la fábula titulada "Origen de los ancianos"), jóvenes (ver "La honda de David") y viejos (ver las restantes)." (La oveja negra, pp.309-310)

De nuevo, Monterroso trata graciosamente acerca de la brevedad y parquedad del género que cultiva, ejemplificándolo con distintas fábulas. Por otra parte, el tercer lugar que confiere al poeta latino Fedro en la enumeración de fabulistas, y su consideración elogiosa en el adjetivo "prudente", frente a un "malicioso" La Fontaine y un "sabio" Esopo, nos da cierta idea de sintonía de Monterroso con el fabulista latino por excelencia, a pesar de que su figura aparezca presionada entre el griego Esopo y el francés La Fontaine, por citar acaso los dos más importantes. El Monterroso fabulista ha sabido captar perfectamente el tono y lenguaje de un Esopo o de un Fedro, adaptándolos a los tiempos y circunstancias modernos, no desprovisto de ironía con respeto al propio género, como es el reconocimiento a diversos especialistas de ciencias naturales al comienzo de la obra. Veamos un ejemplo significativo a partir de la fábula de Fedro titulada "La vaca, la cabra, la oveja y el león" (Phaed.1,5), que reproducimos primero en su versión original latina para facilitar la comparación:

VACCA, CAPELLA, OVIS ET LEO

Numquam est fidelis cum potente societas:
Testatur haec fabella propositum meum.
Vacca et capella et patiens ouis iniuriae
Socii fuere cum leone in saltibus.
Hi cum cepissent ceruum uasti corporis,
Sic est locutus partibus factis leo:
«Ego primam tollo, nominor quoniam leo;
Secundam, quia sum fortis, tribuetis mihi;
Tum, quia plus ualeo, me sequetur tertia;
Malo adficietur, siquis quartam tetigerit».
Sic totam praedam sola inprobitas abstulit.

Añadamos, además, esta traducción anónima recogida por Menéndez Pelayo[6]:

LA VACA, LA CABRA, LA OVEJA Y EL LEÓN.

Nunca con el potente
Fue fiel la compañía.
La fábula mía
Confirma mi propuesta claramente.
La Vaca y la Cabrilla, y la paciente
Oveja, compañeros del León fueron
En los bosques, y un Ciervo muy crecido
Entre todos cogieron,
El cual en cuatro partes dividido,
El león engreído
Habló de esta manera:
Me llaman León, me tomo la primera.
De aquesta misma suerte
Me daréis la segunda, pues soy fuerte;
También, porque más puedo,
Seguirá la tercera mi denuedo;
Nadie la cuarta toque;
Muy mal lo pasará quien lo provoque.
Con esto la maldad y la insolencia
Toda la presa entrega a su violencia.

La recreación y variación que hace Monterroso sobre la fábula de Fedro precisa en buena medida del texto subyacente que acabamos de leer para su perfecta comprensión. No en vano, como el mismo Monterroso reconoce, la conoce de memoria, como fruto de una más que especial relación con el latín a la que luego aludiremos. La nueva fábula, por lo demás, bien podría haber sido escrita por un Fedro actual, dado su respecto a las normas del género y su contenido crítico con el poder:

"La Vaca, la Cabra y la paciente Oveja[7] se aso­cia­ron un día con el León para gozar alguna vez de una vida tranquila, pues las depredaciones del monstruo (como lo llamaban a sus espaldas) las mantenían en una atmósfe­ra de angustia y zozobra de la que difícilmente podían esca­par como no fuera por las buenas.
Con la conocida habilidad cinegética de los cuatro, cierta tarde cazaron un ágil Ciervo (cuya carne por su­puesto repugnaba a la Vaca, a la Cabra y a la Oveja, acostumbradas como estaban a alimentarse con las hierbas que cogían[8]) y de acuerdo con el convenio dividieron el vasto cuerpo[9] en partes iguales.
Aquí, profiriendo al unísono toda clase de quejas y aduciendo su indefensión y extrema debilidad, las tres se pusieron a vociferar acalorada­mente, confabuladas de ante­mano para quedarse también con la parte del León, pues, como enseñaba la Hormiga, querían guardar algo para los días duros del invierno.
Pero esta vez el León ni siquiera se tomó el trabajo de enumerar las sabidas razones[10] por las cuales el Cier­­­vo le pertenecía a él solo, sino que se las comió allí mismo de una sentada, en medio de los largos gritos de ellas en que se escuchaban expresiones como Contrato Social, Constitución, Derechos Humanos y otras igualmente fuertes y decisivas." (La oveja negra, p.208)

Nótese la fina ironía, sobre todo en la intencionada translación al presente, con términos como Derechos Humanos, o Constitución, que nos vuelve a mostrar un texto de inquietudes sociales y políticas. El texto latino de Fedro, aunque presupuesto en la fábula ("enumerar las sabidas razones"), aflora esporádicamente en los adjetivos "paciente" -patiens- ("la paciente Oveja"), o "vasto" -uastus- ("el vasto cuerpo"). El respeto a las convenciones del género es escrupuloso, haciendo hincapié siempre en el carácter universal de los protagonistas, frente a la posibilidad del personaje individual propio de un cuento[11], lo que refuerza, además, con alusiones a otras fábulas, como la de la hormiga. La historia no acaba aquí, pues, como si de una ironía del destino se tratara, el libro de Monterroso donde se contiene esta fábula ha sido traducido al latín por Tarsicio Herrera Zapién, con el título de Ouis nigra atque caeterae fabulae[12]. El mismo Monterroso nos comenta ante este hecho: "¿Cómo podía imaginar allá lejos que algún día mis propias fábulas estarían traducidas al idioma que me abrió las puertas a las maliciosas expresiones de Aristófanes por uno de estos sabios peripatéticos, concretamente por Tarsicio Herrera Zapién, traductor de Horacio y de Tibulo? Sólo se cumple lo que no se ha soñado"[13].

FRANCISCO GARCÍA JURADO

[1] Palimpsestos..., p.89. Véase también el más reciente estudio de Carlos García Gual, El zorro y el cuervo. Diez versio­nes de una famosa fábula, Madrid, Alianza, 1995, p.19.
[2] Palimpsestos..., p.89.
[3] José Carlos Fernández Corte y Antonio Moreno, Antología de la literatura latina (ss. III a.C.-II d.C.), Madrid, Alianza, 1996, p.51.
[4] El propio La Fotaine recurría en el prefacio de su obra fabulística a unos versos del "Ars Poetica" de Horacio que hemos tendremos ocasión de leer con motivo del cuento "Parturient Montes", de Juan José Arreola (V.1): "et quae / desperat tractata nitescere posse relinquit".
[5] "Mas si me agradase intercalar algo, / para que la variedad de los dichos deleite los sentidos, / desearía que lo recibas de buen grado, lector. / De tal forma, la brevedad compensará ese favor. / Y para que la recomendación de esto no sea superflua, / presta atención a porqué debes negar a los ávidos / y otorgar a los moderados lo que no han pedido".
[6] Fue publicada en el Diario de Valencia el 23 de octubre de 1799 (Menéndez Pelayo, Bibliografía..., tomo III, p.350).
[7] Es prácticamente el verso tercero de la fábula de Fedro: Vacca et capella et patiens ouis (...).
[8] Monterroso señala el absurdo de la fábula de Fedro, donde se nos escapa ciertamente el sentido último que puede tener el hecho de que unos animales herbívoros tengan interés en la caza de un ciervo. Nótense también los ecos literarios del texto.
[9] Recuérdese el verso 5 de Fedro: ceruum uasti corporis.
[10] Es decir, las enumeradas en los versos 7 a 10 de la fábula de Fedro.
[11] "El protagonista de la fábula es el universal, como lo prueba el que ya lleve artículo determinado en su agnición o primera aparición; sólo el universal, por cuanto comporta el acto intencional que refleja la mención sobre la lengua misma, constituye, en efecto, en «personaje» un ser ya conocido por todo oyente: «el cordero bajó a beber al río; el lobo,, que estaba bebiendo aguas arriba de él, le dijo...». El protagonista del cuento es, en cambio, un particular individual indefinido, como lo prueba el que su mención de agnición se componga de un nombre común precedido de artículo indeterminado: «Había una vez un molinero que tenía una mujer joven y hermosa...» (...)" (Rafael Sánchez Ferlosio, "Un esquema", en EL PAÍS, 24 de agosto de 1996).
[12] Publicado por la Universidad Autónoma de México.
[13] Tomado del sabrosísimo artículo de Augusto Monterroso titulado "Mi relación más que ambigua con el latín", publicado en Diario 16 el 26 de mayo de 1990.

jueves, 7 de febrero de 2013

Elogio de los prólogos

En otro tiempo, el del comediógrafo latino Terencio, el prólogo era un actor que daba comienzo a la obra teatral. Luego le sustituyó el telón y el prólogo pasó a ser un texto. Los prólogos, curiosamente, despiertan filias y fobias. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Cierta condesa española declaraba en 1993 que no terminaba jamás su tesis doctoral, dedicada precisamente a los prólogos españoles del siglo XVII, por culpa de la belleza de los libros que manejaba. Por el contrario, Camilo José Cela puso ciertas reservas a la hora de nombrar académico al Duque de Alba, aduciendo que la persona en cuestión tan sólo había escrito prólogos. Amamos o despreciamos a los prólogos, probablemente por causas poco claras. En el primer caso, porque se trata de textos dialogantes que a menudo nos muestran circunstancias del libro, pormenores que quizás sean los que luego mejor recordaremos. En el segundo caso, hay quien desprecia los prólogos porque le parecen textos accesorios y prescindibles. Sin embargo, rompo aquí una lanza a favor de ellos, pues estos pequeños documentos que abren las obras dicen a menudo más de lo que nos imaginamos. El prólogo, más allá de las convenciones que le imponga su época, revela a menudo claves para la lectura. Hoy me he ido a la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense para copiar el prólogo de la famosa traducción del historiador latino Salustio que Ibarra publicó en 1772. Es un prólogo muy representativo de su momento y, además, pretende esconder la autoría de quien supuestamente lo escribe en un también supuesto acto de humildad. La traducción de este Salustio se atribuye al impar Infante don Gabriel de Borbón, del que ya he tenido ocasión de hablar en otro blog. Sin nombrarse a sí mismo, el infante escribe en primera persona y luego se refiere, también de manera implícita, a su preceptor Pérez Bayer, que escribió para él un tratado sobre las letras fenicias. Todo el libro responde a una operación de propaganda, al crear un personaje, un infante de España, capaz de dar a las prensas semejante traducción. Un príncipe que encarna lo mejor de la Ilustración carolina. Averiguar dónde comienza el personaje y dónde la persona real sería cuestión compleja. Creo, más bien, que a la creación del personaje han contribuido varias personas, incluido el editor. Sin más reflexiones, os dejo con este magnífico prólogo que transcribo aquí en su grafía del siglo XVIII:

"Mi intento en esta traduccion es, que puedan los Españoles sin el socorro de la Lengua Latina, leer y entender sin tropiezo las obras de Cayo Salustio Crispo. Su hermosura, sus gracias y perfeccion han dado en todos los tiempos que admirar a los Sabios, los quales a una voz le han declarado por el principe de los Historiadores Romanos. Ninguno de ellos es tan grave y sublime en las sentencias: tan noble, tan numeroso, tan breve, y al mismo tiempo tan claro en la expresión. En él tienen las palabras todo el vigor y la fuerza que se les puede dar; y en su boca parece que significan mas que en la de otros Escritores: tan justa es la colocacion, y tan proprio el uso que hace de ellas. Aun por esto son casi inimitables sus primores; y no es menos dificil conservarlos en una traduccion. Pero si en algun Idioma puede hacerse, es en el Español. A la verdad nuestra lengua, por su gravedad y nervio, es capaz de explicar con decoro y energia los mas grandes pensamientos. Es rica, harmoniosa y dulce: se acomoda sin violencia al giro de frases y palabras de la Latina: admite su brevedad y concisión; y se acerca mas a ella que otra alguna de las vulgares. Bien conocieron esto los Sabios estrageros que juzgaron desapasionadamente; y aun huvo entre ellos quien la vindicó de cierta hinchazon y fasto, que algunos le han querido injustamente atribuir. Por otra parte los genios Españoles aman de suyo lo sublime, y no se contentan con la mediania; y asi nuestros Escritores de mayor credito se propusieron imitar a Salustio, con preferencia a Cesar, Nepote, Livio, y demas Historiadores Latinos; como se echa de ver en D. Diego de Mendoza, Juan de Mariana, D. Carlos Coloma, D. Antonio Solís, y otros. Pedro Chacon y Geronimo Zurita le ilustraron con eruditas notas. Y cuando todavia los Griegos no havian renovado en el Occidente el buen gusto de la Literatura, ya entre nosotros Vasco de Guzman, a ruego del celebre Fernan Perez de Guzman Señor de Batres, habia hecho la traduccion Española de este Autor, que cito algunas veces en mis Notas, y se halla manuscrita en la Real Biblioteca del Escurial: obra verdaderamente grande para aquellos tiempos, y de que no tuvo noticia D. Nicolas Antonio. De ella desciende la que en el año 1529 publicò el Maestro Francisco Vidal y Noya: el qual, especialmente en el Yugurta, apenas hizo otra cosa, que copiar a este Autor, aunque no le nombra. Otra hizo Manuel Sueiro, que se imprimio en Amberes en el año 1615. Y es bien de notar la estimacion con que se recibieron en España esta traducciones: pues la del Maestro Vidal y Noya, o bien se llame de Vasco de Guzman, se imprimio tres veces en poco mas de treinta años. La desgracia es, que ninguna de ellas se hiciese en el tiempo en que florecio mas nuestra Literatura, y en que por la misma razon se cultivò tambien la Lengua con mayor cuidado. Realmente todas desmerecen cotejadas con el original, y distan mucho de aquel decir nervioso preciso que caracteriza al Autor. Esto me ha movido a emprender de nuevo el mismo trabajo; y a experimentar si podría hacerse una traduccion mas digna de la Lengua Española, y que se acercáse mas a la grandeza del Escritor Romano. Para ello, en quanto al estilo y frase, me he propuesto seguir las huellas de nuestros Escritores del Siglo XVI, reconocidos generalmente por maestros de la Lengua; y evitar con la atencion posible las expresiones y vocablos de otros Idiomas, que muchos usan sin necesidad; no debiendo esto hacerse, sino quando en Español no se halla su equivalente, o no puede explicarse con propiedad y energia lo que se intenta declarar. Tal vez porque huyo este escollo, havrá quien diga que doi en el opuesto; y que en mi traduccion uso afecadamente alguna voz Española ya antiquada. Si se creyese afectacion, la misma notaron muchos en Salustio respecto de las voces Latinas. Y ojala que con esto abriera yo camino a nuestros Escritores, amantes de la riqueza y propiedad de su Lengua, para que hiciesen lo mismo, y poco a poco le restituyesen aquella su nobleza y magestad que tuvo en sus mejores tiempos. No puede verse sin dolor, que se dexen cada dia de usar en España muchas palabras proprias, energicas, sonoras, y de una gravedad inimitable; y que se admitan en su lugar otras, que ni por su origen, ni por la analogia, ni por la fuerza, ni por el sonido, ni por el numero son recomendables; ni tienen mas gracia que la novedad.
Para mayor exactitud en la traduccion, he procurado seguir no solo la letra, sino también el orden de las palabras, y la economia y distribución de los periodos: dividiendolos como Salustio los divide, en quanto lo permite el sentido de la oracion, y el genio del Idioma. De suerte que en muchos de ellos, si se cotejan, se hallarà la misma estructura, y los mismos apoyos y descansos con que se sostiene y suaviza la pronunciacion.
Reconociendo quan dificil es hallar un texto puro de Salustio, he escogido una Edicion acreditada, qual es la de los Elzevirios de Leyden del año 1634; y la he seguido sino en uno y otro lugar, en que manifiestamente està viciada. El Indice de todos puede verse al fin, y en las Notas los motivos por que me aparto de ella, fundado en la autoridad dos Codices de la Real Biblioteca del Escurial, de otro de mi Estudio, y de varias Ediciones antiguas, especialmente de una del año 1475, sin nombre de Impresor, ni de Lugar.
Al fin he añadido algunas Notas, que me han parecido oportunas. En ellas no he querido acumular erudicion, sino dar luz para la mejor inteligencia de varios lugares. Donde he visto que hai dificultad en el texto, he procurado aclararla; y si me ha sido posible, con el mismo Salustio, que seguramente es su mejor interprete: quando no, con sus coetaneos Cesar, Ciceron, Nepote; o con los que mas se acercaron a su tiempo, Livio, Valerio Maximo, Paterculo, Asconio, Plinio el mayor, Tacito, Floro, Suetonio, y otros. En su defecto me ha sido preciso recurrir a los siglos posteriores.
En la Nota 103. sobre el Jugurta, en que se habla de la Lengua de los Leptitanos, viendo que lo que podria decirse para ilustracion de este Lugar de Salustio pedia mayor campo; y que contribuiria mucho a ella, la explicacion de algunas monedas de los Fenices, y de sus antiguas Colonias en España: dispuse por sugeto de mi satisfaccion, y versado en esta Literatura, se tratáse con alguna extension el punto. Y haviendo examinado su escrito, he creido que convendria imprimirlo a continuacion de mis Notas."

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

martes, 5 de febrero de 2013

Borges, el latín y la cultura occidental moderna

Sabido es que Borges concedió muchas entrevistas durante la etapa final de su vida, como aquellas ya míticas de Joaquín Soler Serrano en 1976 y 1980. Como era de esperar, en ellas se repetían juicios críticos, recuerdos y afinidades. No obstante, de vez en cuando aparecía algún llamativo aserto típicamente borgiano que alteraba esa rutina de las ideas repetidas (en la fotografía, la placa que conmemora en Ginebra la muerte de Borges. Fotografía de F. García Jurado) POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE.

Precisamente, en una entrevista concedida sólo un año antes de su fallecimiento a José-Miguel Ullán, Borges volvía a hablar sobre su conocida aversión a los comunistas, precisamente en relación con las importancia de las lenguas clásicas:

“-¿Le sigue preocupando el comunismo?
-Está en la Universidad. Los comunistas han encontrado una trampa. Dicen que el estudiante puede optar por el griego, el latín, el inglés, el italiano, el ruso, el alemán... Eso quiere decir, ni más ni menos, que el estudiante puede prescindir del latín y del griego. Se trata, en consecuencia, de una opción falsa. Esa opción está hecha para matar las humanidades. Optar por quiere decir realmente prescindir de. Si el estudiante puede recibirse de doctor en Letras sin conocer las lenguas básicas, eso tiene un nombre: incitación a la pereza” (José-Miguel Ullán, “El olor de los tigres (entrevista con Jorge Luis Borges”, Culturas. Suplemento semanal de Diario 16, nº 10, 16 de junio de 1985)

Tales asertos, en apariencia improvisados e ingeniosos, que ponen en relación a los comunistas con la optatividad de las lenguas clásicas no se deben exclusivamente a Borges, sino que pueden situarse dentro de una larga y compleja tradición cultural europea. A este respecto, resulta significativa, y va mucho más allá de lo casual, la defensa, a menudo apasionada, que algunos de los grandes autores del siglo XX hacen de las humanidades clásicas como parte fundamental de la propia cultura europea. Ésta, definida en clave de cultura burguesa, o aquella que entiende aún lícitamente las categorías de su cultura como universales, tiene su comienzo propiamente dicho después de la Revolución Francesa y continúa vigente como representación cultural por antonomasia hasta bien pasada la Segunda Guerra Mundial, momento en el que se van a ir constituyendo nuevas formas alternativas de interpretación del mundo que vienen definidas por las etiquetas genéricas de poscolonialismo y estudios culturales, entre otros .
Por lo demás, el concepto de cultura europea u occidental, ligado estrechamente al de cultura burguesa, ha desarrollado una manera de entender la propia realidad europea y mundial desde una cultura post-ilustrada que se caracteriza, entre otras posibles cosas, por el historicismo o el distanciamiento intelectual de aquello que se lee o interpreta . Era esta manera de interpretar lo propio la que se consideraba como válida o legítima también para interpretar el resto de realidades. Asimismo, esta cultura burguesa ha configurado un canon literario y una manera propia de entender la literatura, cuya manifestación más representativa es la novela burguesa. Tan ligadas están la cultura y la novela burguesas que, en realidad, la definición de la primera puede aplicarse a la segunda. En un interesante trabajo acerca de los trasiegos del héroe antiguo y el héroe moderno, Rubén Florio (1998,) recoge una certera observación de Carlos Fuentes sobre Thomas Mann, en la que consideraba a éste como el autor culminante de esta novela burguesa europea, por el hecho de entender aún “lícitamente” las categorías de su cultura como universales. Esta observación puede completarse con otra de Hans Mayer al respecto, que considera a Mann un “punto crítico” y ve, a su vez, las afinidades de éste con Goethe en cuanto a la conciencia que ambos tienen de su lugar en la Historia .
Goethe y Mann pueden representar, respectivamente, los comienzos de la literatura burguesa propiamente dicha y el final de su periodo dorado. Asimismo, ambos autores son exponentes de la íntima relación que esa cultura burguesa moderna tiene con la cultura clásica grecolatina. Sin embargo, no es Thomas Mann el único autor europeo del siglo XX que ilustra este peso específico que la cultura clásica ha tenido en el desarrollo de la cultura burguesa. Junto a Mann puede ponerse a otros destacados autores, como es el caso de T.S. Eliot. Para ambos, hay un poeta latino que encarna las virtudes y la tragedia de los clásicos en el mundo moderno: Virgilio. Para ambos la cultura clásica está íntimamente ligada con la cultura burguesa, frente a los peligros del “alba proletaria” (Mann) o el “radicalismo” (Eliot). Es aquí, pues, donde debemos incardinar las ideas borgianas acerca de la educación clásica y los comunistas. El asunto es, a todas luces, extremadamente complejo y no invita, precisamente, a la parcialidad, dado que cae en los terrenos de la actual incorrección política. FRANCISCO GARCÍA JURADO