viernes, 6 de enero de 2012

Vida y cultura: comprender a Montaigne

No dejo de recordar, al poner título a este blog, la mítica revista "Cultura y vida", ligada a Néstor Luján y a su ilustrado "saber vivir". Ahora que los tiempos son malos, que nuestro nivel de vida se va a ver sensiblemente rebajado, sigo afirmando que, al menos para mí, el mayor lujo del que puedo disfrutar en mi vida es del de la cultura, en especial de la menos cara desde el punto de vista pecuniario. Leer a Montaigne es un placer indescriptible y mucho menos oneroso que algunos espectáculos insulsos. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO

Sí, resulta una gran pasión para mí poder leer a Montaigne. Recuerdo que en los lejanos años de 1992, cuando mi futuro era más que incierto en casi todos los sentidos, un buen amigo mío me dijo que iba a comprar la edición de Montaigne preparada por la prestigiosa colección francesa de La Pléiade. El precio, entonces y ahora, resultaba un tanto escandaloso, y mi economía, podéis creerme, no estaba como para adquirir muchos libros de la colección referida. Sin embargo, pensé que la vida sería mucho más generosa que lo que las tristes circunstancias de aquel momento me sugerían a corto pazo. Así que decidí pedir a mi amigo que encargara otro ejemplar para mí. Los libros sobreviven a las circunstancias, nos sobreviven incluso a nosotros mismos, y ahora, mutatis mutandis, estamos en una situación colectiva bastante semejante a lo que vivimos en 1992. Por esto he vuelto a mi querido Montaigne, porque los libros, al menos los ya comprados, pueden seguir leyéndose ya sin mayores gastos. Si esos libros no son de usar y tirar, como ocurre con las obras completas de Montaigne, estaremos ante lo que los econonistas llaman una gran inversión. He tenido ocasión, desde aquel entonces, de comprar más libros sobre Montaigne a lo largo de estos años. Unos han sido nuevos y otros los he adquirido en ofertas, como la preciosa edición de Los ensayos ilustrada por Dalí, y de la que ya tuve ocasión de hablar hace tiempo en otro blog. Una vez, en París, tuve la ocasión hasta de "arrodillarme" ante la estatua del gran humanista, tan cercana al Colegio de Francia, y ante la risa espontánea de unos japoneses que pasaban por allí. También me viene a la memoria la edición bilingüe que el CSIC publicó del Viaje a Italia. Me la compré con el dinero que me dieron en un desguace por mi viejo SEAT 127, que tantas penurias sufrió conmigo. Fue una forma de recordar aquel coche blanco, lleno de recuerdos, hasta hoy día, y de hacerlo pervivir más allá de su mera existencia como automóvil. Por cierto, que en aquel entonces no entendía la insistencia de Montaigne en sus dolencias, precisamente las que habían motivado su viaje. Montaigne padecía de piedra de riñón, y recorría balnearios para curarse probando diferentes aguas. Tan importante era ver Venecia (podemos ver un delicioso grabado del siglo XIX en la ilustración) como dar cuenta de una feliz deposición donde había podido expulsar algún que otro cálculo. Sólo cuando a mí me tocó sufrir ese mal, y tras padecer los dolores que, supongo, padeció el propio Montaigne, tuve una inteligencia cabal de aquel diario de viaje. Mi dolencia se había vuelto parte de una experiencia de mayor calado, no sólo sensible, sino también intelectual. Me puse en la piel de un viajero del siglo XVI que habló en Roma, durante una procesión, de la libertad de conciencia, que revisó libros de Virgilio y de Plutarco en la Biblioteca Vaticana y que, finalmente, intentó buscar alivio en "lugares donde se calma el dolor". POR FRANCISCO GARCÍA JURADO

jueves, 5 de enero de 2012

Habitar los textos, o el humanismo de Aulo Gelio

Hoy vamos a dedicar nuestra entrada a la posibilidad de releer los textos antiguos desde nuevas claves interpretativas que nos permitan, incluso, habitarlos. Esto es lo que ha ocurrido singularmente con las Noches Áticas de Aulo Gelio. Esta obra ha pasado de ser una mera cantera de datos a tener un argumento vital, de carácter humanístico. Creo que Gelio se hubiera alegrado al saber que, finalmente, lectores muy lejanos a él en el tiempo han logrado encontrar un sentido a la variedad de sus textos. Las Noches Áticas se convierten de esta forma en un lugar imaginario donde habitar, que no deja de ser una forma esencial de humanismo. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Dedicado al profesor Ángel López, lector de Aulo Gelio
Hace unos años, junto a la Universidad Humboldt de Berlín, me acerqué a la estatua de Heinrich Heyne, el autor de las Noches Florentinas (en la fotografía). En aquel momento pude intuir igualmente esta sensación de habitar espacios literarios donde el tiempo se tiñe de la emoción de un lugar. Las noches se vuelven áticas o florentinas, es decir, se impregnan de un lugar y el tiempo especial de nuestras lecturas es capaz de trasladarnos a tales espacio imaginarios.
Desde que el latinista René Marache propuso en los años ´60 del pasado siglo XX la relectura de las Noctes Atticae en clave del llamado “humanismo geliano”, se ha puesto en evidencia la pluralidad de lecturas posibles que ofrece la erudición en Gelio. La interpretación de Marache, basada en la primacía de la moral y la doctrina de la limitación, fue contestada al menos parcialmente por Holford-Strevens, atendiendo a las incoherencias encontradas en las propias Noches Áticas entre la teoría y la práctica. Se ha seguido revisando la cuestión, y destaca en particular el trabajo de Beall (2004), que revisa la propuesta de Marache no tanto como la única posibilidad de lectura de las Noches Átcias, sino como una de las posibles en un contexto de intereses variados. Beall ha puesto de manifiesto la complejidad de valores que tiene la erudición dentro de la visión del mundo que ofrece Gelio: el saber sirve, entre otras cosas, para la propia felicidad, dentro de la consideración del ser humano como un fin en sí mismo (Beall 2004: 221). En todo caso, la formulación del “humanismo geliano” por parte de Marache y la nueva orientación de tales estudios sobre las Noches Átcias van arrojando desde hace unos años una nueva visión tanto de la persona de Gelio como de su obra, valorada en su conjunto y no como una mera compilación de datos. Esta nueva consideración de Gelio, propia de una filología menos positivista, nos invita a llevar a cabo interesantes indagaciones en torno a un autor que sigue mereciendo la discreta atención de estudiosos y escritores modernos. FRANCISCO GARCÍA JURADO