miércoles, 18 de julio de 2012

El dolor vital de Leopardi

Hace un año, María José y yo recorrimos algunas de las ciudades más bonitas de la región de Le Marche, en Italia. Tomamos como punto de partida la portuaria ciudad de Ancona, a la que llegamos con un calor sofocante. Al cabo de unos días, paseando por la noche, logré reconciliarme con ella. No podía menos que acompañarme en este viaje de una lectura del poeta Leopardi, cuyo pueblo natal, Recanati, estaba ahora tan cerca. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
No digo nada nuevo si afirmo que cualquier viaje es, inevitablemente, una incursión por nosotros mismos. Pienso ahora en cuántas horas de reflexión y recuerdos hay en los largos paseos por las ciudades, cuántas sensaciones olvidadas afloran allá donde menos esperamos. El recuerdo de mi padre me ha venido varias veces durante nuestro reciente viaje a Estocolmo, un lugar donde él jamás estuvo. Me gusta además, como bien sabéis, acompañar de buenas lecturas estos viajes. La estancia en Ancona tenía que conllevar al poeta Leopardi, de quien me llevé el libro que Antonio Colinas le dedicó hace ya muchos años en la colección "Los poetas", publicado por la editorial Júcar. Estos libros sobre poesía, de amarillo intenso, jalonaron mis primeras incursiones serias en el mundo de los grandes poetas. Pues bien, me recuerdo ahora en especial leyendo la triste biografía del poeta mientras esperábamos un tren en la estación de Osimo (en la fografía), bajo el calor apacible de una tarde italiana. Recuerdo, entre otras cosas, cómo mi imagen idealizada de aquel niño que llegaría a ser un gran poeta quedó confundida con las sensaciones de una vida abocada a la frustación. Pienso en lo que merece la pena y lo que no lo merece, y no sé si una gloria como poeta justifica, ciertamente, una vida de frustración. También es verdad que Leopardi, encerrado en aquella casa solariega de Recanati, donde imaginó el infinito, con su joroba deformante y la sombra implacable de un padre castrador podría no haber sido nada más que eso, un noble desgraciado y desconocido para la posteridad. Lo que se quebró en mí fue que había imaginado a Leopardi, no sé muy bien por qué, como un joven dichoso entre sus libros y la posibilidad de sus lecturas infinitas. Es ahí, en esa asociación entre felicidad y aprendizaje, donde caben otras posibilidades más complejas, como la frustración, los complejos y los miedos. Y es ahí donde probablemente yo también encuentro algunas de las propias claves de mi vida, precisamente en cómo he utilizado mis lecturas y mis libros para escapar de tantos sinsabores a lo largo de los años. Mientras refexionaba sobre estas cosas, ya en el tren, el revisor nos dijo que habíamos tomado un servicio rápido. Nos habíamos equivocado de tren, pues pensamos que el nuestro era ese, pero nuestro tren llegaba precisamente un minuto más tarde. Hubo que pagar un recargo, y ya estas cosas me alejaron de mis reflexiones. FRANCISCO GARCÍA JURADO

1 comentario:

Ifigenia dijo...

Compartimos ese dolor en la belleza viva de la eterna poética del amado Leopardi."Son los mitos nuestras metamorfosis"
Es un placer compartir una mirada, la de usted, que sabe mirar más allá de lo contemplado.

Ifigenia