sábado, 28 de mayo de 2011

ALFREDO ADOLFO CAMÚS EN EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO ESPAÑOL



Una gota en el océano, pero una gota al fin y al cabo. Esto es lo que pensé ayer cuando vi en una fotografía los primeros veinticinco tomos, la primera mitad, del Diccionario Biográfico Español, publicado por la Academia de la Historia. Esa gota a la que me refiero es la biografía de mi querido Alfredo Adolfo Camús y Cardero, quien tiene entre sus mayores méritos haber enseñado litetatura latina a personas como Benito Pérez Galdós o Leopoldo Alas Clarín. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO

Ya he referido la anécdota en otro lugar. Cuando supe de que el proyecto del Diccionario Biográfico era ya una realidad, no pude resistir la tentación de telefonear a la Real Academia de la Historia para saber si se había previsto incluir esta biografía. Me constestaron que sí, pero que desgraciadamente estaba ya encargada a una persona. Hacía ya un tiempo había publicado mi pequeña monografía sobre Camús, en Ediciones Clásicas, e imaginé entonces, como en un ataque de celos intelectuales, a alguien despojando mi pequeño libro para hacer la biografía de mi amado profesor. Por ello, tampoco pude resistir la tentación de preguntar a mi interlocutora de la Academia que a quién se le había asignado la biografía. La respuesta no pudo ser más admirable y conmovedora: era yo mismo el elegido y, además, se me ofrecía, en calidad de director del Grupo de Investigación "Historiografía de la literatura grecolatina en España", proponer nuevas biografías para que las elaborara el equipo.

No por haber escrito un libro sobre Camús dejé de volver a las fuentes documentales. Las normas para la redacción de la ficha eran claras y concretas. Debía atenerme a datos propios de la biografía externa del autor, es decir, esos datos que llamamos objetivos, como fechas y lugares. Volví con María José Barrios al Archivo Histórico Nacional (en la fotografía), donde revisamos, dentro de la sección de Universidades, la hoja de servicios de Camús. Entre otras cosas, encontramos el texto de su lección de cátedra sobre Aristóteles, que luego María José integró en su relato sobre Camús helenista. Aunque los datos externos parecen sencillos, me vi obligado a repensar la fecha de nacimiento de Camús. Algunas fuentes dicen que nació en 1797, y que su padre fue un "convencional" francés. Otras fuentes, en particular los datos de su hoja de servicios, dan una fecha mucho más tardía, precisamente 1815. Asimismo, para la primera fecha se nos da la ciudad de Baena como lugar de nacimiento, mientras que para la segunda es París. Intuyo una historia algo más ardua en este baile de fechas, y aún hoy no me decanto ciegamente ni por una ni por otra. A resultas de este trabajo de investigación, fui redactando con calma, y con todo el esmero tipográfico que se me requería, la ficha correspondiente a Camús, que terminaría rematada por la bibliografía acerca de su obra y de los estudios concernientes a su figura. Hoy día he ampliado esa bibliografía, pues mi estudio biográfico y bibliográfico sobre Camús sigue estando vivo. En algún lugar oí que hacer una biografía es tan difícil, acaso, como vivirla. De momento, ha sido posible hacer entrar a un personaje secundario, pero básico para entender algunas cuestiones educativas y estéticas, en la galería biográfica española. FRANCISCO GARCÍA JURADO

jueves, 26 de mayo de 2011

OVIDIO Y RAMÓN PÉREZ DE AYALA: TRISTISSIMA IMAGO

Van terminando las clases de Pervivencia de la literatura latina, y recorremos estos días las lecturas del poeta Ovidio entre los modernos. Joyce, Pérez de Ayala y Alberti recuerdan su paso por colegios jesuíticos, y curiosamente los tres tienen en común la presencia más o menos velada del poeta Ovidio. Versos aprendidos de memoria, años de formación que quedaron para siempre en sus conciencias. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE


Ramón Pérez de Ayala traza en su novela autobiográfica A.M.D.G., publicada en 1910, un terrible retrato de la enseñanza de los jesuitas. Aunque en este caso aparece un profesor circunstancial de lengua latina, el peculiar uso del latín en los títulos de cada capítulo, así como la sorprendente contextualización de un texto de Ovidio que veremos al final del pasaje citado:

"El padre Mur perseguía la oportunidad de satisfacer su venganza en Bertuco, el cual en cierta ocasión, había repelido coléricamente las asiduidades cariciosas y pegajosas del jesuita.
(...) Entre las muchas artimañas y máculas ladinas con que Mur cazaba a los enredadores, una de ellas consistía en volverles la espalda, con lo cual ellos, juzgándose libres por el momento, verificaban sin disimulo su travesura; mas, siendo luenga la nariz de Mur, y descansando las gafas en lo más avanzado del apéndice nasal, bastábale subir, como al desgaire, la mano hasta el rostro, poniéndola detrás de los vidrios para tener un espejo en donde se retrataba todo lo que detrás de él acontecía. (...) Mur, en aquel punto, hacía espejo de sus gafas; pero no supo interpretar los movimientos del niño en derecho sentido, sino que dio por averiguado que le hacía burla y muecas de odio con todo desembarazo y desvergüenza. (...)
-¡Lame la tierra! -rugió Mur, con voz estrangulada de ira y torpe fruición.
El paso continuo de centenares de pies había desgastado el ladrillo, formando un polvo terroso y sucio. De otra parte, las fauces de Bertuco estaban resecas. Así que por las tres veces que puso la lengua sobre el suelo convirtiósele en un objeto extraño y asqueroso, como petrificado, que le ocasionaba fuertes torturas y le impedía hablar.
-¡No puedo más...! -articuló con esfuerzo.
Mur le puso el tosco zapato sobre la nuca. El niño, en una convulsión, quedóse rígido, yacente, bañado el rostro en sangre.
-Marchaos ahora mismo de aquí. Y como digáis algo a alguien os hago lo mismo a vosotros.
Los niños huyeron, aterrorizados. Y en estando a solas, el jesuita arrastró el cuerpo de Bertuco hasta un grifo que hay contiguo a los lugares excusados, y chapuzándole la cabeza le devolvió el sentido.
-Lávate bien esas narices. Cuidado con que nadie entienda nada de esto, porque te arranco el alma negra que tienes, canalla. Hoy no te confiesas, porque eres un sacrílego, ni cenas. Te pondrás en el centro del refectorio, en donde todos vean tu cara maldita de criminal, y no probarás bocado hasta que me repitas de memoria la elegía triste de Ovidio. Por la noche, no cerrarás la puerta de la camarilla; te pones de rodillas en el umbral hasta que yo vaya. ¡Ea! Ya estás listo. Al estudio.
A la hora de la cena, convergiendo a él las miradas de todos los alumnos que le aborchornaban, procuró desentenderse de todo y aprender cuanto antes la elegía. Su cabeza estaba débil y dolorida; las mallas de la memoria, tan sueltas que dejaban escapar los versos a ella confiados. Al final de la cena sabía tan sólo una pequeña parte:

Cum subit illius tristissima noctis imago,
qua mihi supremum tempus in urbe fuit,
cum repeto noctem, qua tot mihi cara reliqui,
labitur ex oculis nunc quoque gutta meis

Nada más." (Ramón Pérez de Ayala, A.M.D.G. La vida en los colegios de jesuitas. Edición de Andrés Amorós, Madrid, Cátedra, 1995 quinta edición, pp.335-338)

Este testimonio aparece dominado por la amargura. Estamos ante un profesor ficticio, aunque de profundo transfondo real, de carácter religioso, en concreto un jesuita, dotado de “luenga nariz” (Quevedo) y gran cólera, a quien el autor se refiere bien como "el padre Mur" o simplemente "Mur". Está claro, al igual que veíamos en el retrato que hacía Unamuno de su profesor, que las convenciones del retrato del licenciado Cabra siguen realmente vivas, mezclándose con lo meramente autobiográfico. La impresión general es de rabia y profunda pena , como nos muestra la violencia extraordinaria del pasaje, así como el posterior encierro del muchacho; esta impresión adquiere unos acusados tintes dramáticos. Las alusiones al sistema educativo y a la pedagogía de los jesuitas están expuestas a lo largo de toda la novela, en especial en el capítulo titulado "Pedagogía del padre Mur". En el texto en cuestión que estamos comentando se puede ver de pasada el recurso al estudio memorístico utilizado como castigo.


Por último, en lo que a la referencia a los autores latinos respecta, resulta sorprendente la colocación de un emotivo pasaje ovidiano, citado precisamente en latín ("Cuando acude a mi recuerdo la imagen tristísima de aquella noche / en que pasé los momentos finales en la ciudad, / cuando vuelvo a recordar aquella noche en la que tantas cosas queridas tuve que dejar, / aún ahora una lágrima se desliza de mis ojos"), y que pone un contrapunto lírico a una escena repleta de dolor y violencia. Ciertamente, al igual que Ovidio recuerda su última noche en Roma, antes de partir al exilio, ésta será también la última noche de Bertuco en el colegio de los jesuitas. FRANCISCO GARCÍA JURADO

martes, 24 de mayo de 2011

SÉNECA Y LOS TOROS, SEGÚN RAMÓN PÉREZ DE AYALA

La literatura grecolatina tiene la ambigua ventaja de ser universal o, al menos, de no quedar remitida a una nación actual concreta. Este carácter universal no la convierte en una literatura nacional al uso, como ocurre con literaturas formadas en tiempos más recientes, como la española, la inglesa o la francesa. Sin embargo, se da la interesante circunstancia de que algunos autores grecolatinos se han considerado como parte de la historia literaria de una nación moderna. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Este es el caso de la cuestión de la literatura hispanorromana, considerada en otros tiempos sobre todo como parte de la española. Según este criterio, un autor como Séneca vendría a ser, en definitiva, un autor español. Es, justamente, dentro de este planteamiento donde nos encontramos este heterodoxo retrato que Ramón Pérez de Ayala traza del autor en el ensayo titulado “Nuestro Séneca”:
“La primera vez que vi, en el Prado, la cabeza de Séneca, sin saber todavía quién podría ser, me pareció la catadura de un gitano viejo. En esta impresión falaz cooperaba no sólo la disposición capilar del peinado y las patillas, muy a lo flamenco, mas también la gran finura aguileña de los rasgos faciales.
Esta similitud es desconcertante, por cuanto los gitanos no sobrevienen en Europa y España sino unos catorce siglos después de nacer Séneca. Si no de un gitano, dicha cabeza bien pudiera haber pertenecido a un torero retirado. Del famoso «Lagartijo» solía afirmarse que hablaba como un Séneca. Y Nietzche denominó a Séneca «el toreador de la virtud», por razones, no poco irrazonables, de que más adelante haremos mención.
Huelga señalar que el arte de los toros no se practicó en España hasta los siglos medios. Pero, si no toros bravos, Séneca hubo de lidiar enemigos más peligrosos, a lo largo de su vida, poniendo a juego a veces su magistral habilidad; en ocasiones su noble coraje; y en algún mal trance su instinto de conservación. Esto, en la jerga taurina, se llama volver la cara, salir por pies, tomar el olivo y saltar la barrera.” (Ramón Pérez de Ayala, “Nuestro Séneca”, en Nuestro Séneca y otros ensayos, Barcelona/Buenos Aires, Edhasa, 1966, p. 25)

Este retrato de Ramón Pérez de Ayala que convierte a Séneca nada menos que en un anacrónico torero arrugaría el entrecejo a más de un serio estudioso del autor latino. Es, precisamente, el tono relajado de ese largo ensayo en que revisa la figura y la obra (incluso traduciendo un fragmento del Thyestes), el que le permite hacer una aproximación tan original no exenta de buen humor. Pero lo que más significativo nos resulta es el fuerte contenido intencional del propio título del ensayo[1], que subraya el anacrónico carácter español de Séneca, dentro de una consideración de las naciones como algo inmanente, y no como un producto del devenir de la historia[2]. La afirmación de la españolidad de Séneca la toma Pérez de Ayala del regeneracionista Ángel Ganivet, quien en su Idearium español (Granada, 1897, p. 46) afirma que “Séneca no es un español, hijo de España por azar: es español por esencia”[3]. Esta circunstancia tan marcada de la españolidad de Séneca contrasta con la ausencia de cualquier referencia al respecto en otros textos que ya no se circunscriben al ámbito estricto de la cultura española. Salvando las distancias geográficas y temporales, observamos cómo el escritor chileno Jorge Edwards deja entrever, sin declararlo explícitamente, el carácter cosmopolita de Séneca, no aludiendo en momento alguno a su lugar de nacimiento y dejando adivinar por ello que Séneca podría haber venido al mundo en cualquier lugar civilizado del Imperio Romano:

“Parece que en sus años de adolescente siguió con gran pasión las enseñanzas de un filósofo, Sotión, seguidor de Pitágoras y que prescribía, debido a su creencia en la reencarnación de las almas, una dieta vegetariana. Dado que Séneca nació un año antes de Cristo, su juventud correspondió a tiempos de repliegue cultural, de dictadura, de profunda desconfianza frente a las ideologías y a las sectas exóticas. Los primeros cristianos iban a conocer esta atmósfera represiva, este mundo de la sospecha y de la delación, un poco más tarde. El padre del joven Séneca creyó, probablemente con buenas razones, que el hecho de adherirse a una doctrina filosófica y de no comer carne podía comprometer su futura carrera. Primero lo convenció de que debía renunciar a singularizarse. Después decidió mandarlo a Egipto, donde Galerio, el nuevo prefecto, era pariente suyo. Fueron seis años de tranquila concentración, de lectura, de conocimiento del mundo. A la vez, fueron años de postergación de su ingreso obligado en el mundo de la administración y de la política. Más tarde, en años de madurez y a consecuencia de luchas internas de poder, el emperador Claudio, sin llegar a desterrarlo, le asignó residencia en la isla de Córcega.” (Jorge Edwards, “El buen uso de Séneca”, en El País, 22 de marzo de 1997)

En este caso, tenemos a un Séneca ante todo viajero, y abierto a las influencias del exterior. Esta distinta perspectiva va a marcar diferentes actitudes ante la literatura clásica que diferenciará las letras de España con las del continente americano. Por ello, es aún más llamativo, si cabe, observar cómo María Zambrano ha sabido entender perfectamente esta singular tensión entre lo local y lo universal que podemos ver en la figura de Séneca:

“Séneca nació, como es sabido, en un rincón provincial de la España romana, en la silenciosa, encalada Córdoba. Salió de ella sin que a ella jamás retornara. Y sin embargo, es de los pocos hijos de España que le han devuelto acuñado en moneda indeleble, la vida que de ella sacaran. No es este el lugar de mirar a Séneca en lo que significa para la tradición de la cultura popular española. Al contrario, hay que seguir el rastro de su universalidad; de ver el motivo de su renacimiento.
Ser figura de la Historia universal, más allá del país, del terruño que le diera a luz, sólo puede acontecer a los que han encarnado una de las maneras más fundamentales de ser hombres. Porque el hombre es una criatura que admite, y aun requiere, varias versiones. Y cada una de estas versiones ya realizadas es precisamente una experiencia histórica, una figura trascendente. Una figura, un camino; una manera de aceptar la vida y la muerte.” (María Zambrano, El pensamiento vivo de Séneca, Madrid, Cátedra, 1992, pp.14-15)

Ciertamente, Séneca no fue español, pero algunos españoles se han sentido hijos de Séneca y ese es el privilegio de tener antepasados. En cierto sentido, habría que considerar si no estamos en este caso ante la búsqueda consciente de un precursor, ya que algunos clásicos como Séneca son esa constante que mantiene la continuidad de una cultura[4]. La cuestión de la literatura hispanorromana sigue teniendo vigencia tanto desde la perspectiva de la literatura no académica como de la historia del pensamiento hispano. FRANCISCO GARCÍA JURADO

[1] Matías López López señala, hablando de las innumerables citas que de Séneca hace Menéndez Pelayo, cómo éste seguía el uso propio de los autores cristianos primitivos de calificarlo como noster (Séneca, Diálogos. Introducciones, traducción y notas de Matías López López, Lleida, Universitat, 2000, p. 45).
[2] La cuestión de la “literatura hispanorromana” en los tiempos antiguos, que fue abiertamente aceptada por los más eminentes intelectuales españoles, hoy día resulta relevante únicamente para la historia de la cultura española moderna. Dice a este respecto José Luis Moralejo (“Literatura hispano-latina (siglos V-XVI)”, en José María Díez Borque (coord..), Historia de las literaturas hispánicas no castellanas, Madrid, Taurus, 1980, p. 15): “Es ésta una práctica que responde, en última instancia, a las mismas raíces que el tan traído y llevado «senequismo hispano» o «hispanismo de Séneca», que tuvo en Ganivet su más conocido formulador. Nosotros consideramos que no debe mantenerse tal actitud, por amplio que sea el aliento de los manuales de conjunto. El lector ya se habrá percatado de que estamos incidiendo en una cuestión todo menos banal. En efecto, con ella nos vemos implicados en la histórica lid entre A. Castro y Sánchez Albornoz en torno al origen y ser de lo hispánico (...)”.
[3] Así habla el mismo Pérez de Ayala acerca de Ganivet una páginas antes: “Ganivet, en su conciso y denso Idearium español, trata de asentar que el carácter (y la historia de España) es ni más ni menos que senequismo por los cuatro costados. Yo no me arriesgo a semejante afirmación; ni tampoco a denegarla en absoluto. Pero que, cuando menos, algunos costados (y acaso los más nobles, no sé si los más serios o los más frágiles) son permanentemente senequistas, aun en los españoles de temperamento más epicúreo, y aun inmoral; esto, para mí, es obvio. Por lo cual califico a Séneca como nuestro Séneca.
En el friso frontal de la gran literatura latina descuellan, par a par de las figuras más eminentes, cinco españoles. Cada uno de ellos es manantial de una corriente literaria, que, con las demás, confluyen en el gran río caudal de la literatura española autónoma.
Estos escritores hispanolatinos, y la respectiva corriente que emanan, son: Séneca, el estoicismo y el conceptismo; Lucano, el culteranismo; Marcial, el realismo satírico en carne viva; Quintiliano, el clasicista académico, y Prudencio, el clasicismo en la poesía cristiana” (Ramón Pérez de Ayala, “Nuestro Séneca”, o.c., p.19)
[4] Actualmente, dentro del marco del llamado Estado de la Autonomías, la cuestión de la “españolidad” de Séneca ha vuelto a resurgir con algunas complicaciones añadidas en lo que se refiere a los libros escolares de latín. Reproducimos un texto tomado del diario La Razón del domingo dos de junio de 2000: “El presidente de Anele, Mauricio Santos, recuerda haber realizado varias versiones del libro de Latín por culpa de Séneca. En Andalucía, el filósofo romano nacido en Córdoba era, evidentemente, cordobés. Pero en Cataluña, no: se trataba de un autor de la Hispania romana. Es, en fin, la poco conocida vertiente regionalista del latín”.

lunes, 23 de mayo de 2011

PATADAS AL LATÍN

Me parece muy bien que mucha gente no quiera saber nada de la lengua latina y que prefiera vivir en la felicidad de su ignorancia. Lo que no tolero es que se utilice de manera estrafalaria esta lengua sabia para crear marcas comerciales de manera aberrante. Si no les gusta el latín déjenlo, pero no lo maltraten gratuitamente. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

Paseaba con parte de mi familia cerca de la Puerta de Toledo, en Madrid. Ya tengo acostumbrados a los míos a esas explicaciones de cosas que la "gente normal" no suele hacer, como, por ejemplo, dar cuenta del error que hay en la inscripción latina de dicha puerta, donde aparece REDUO en lugar de REDUCI. Allá iba yo a darles una intempestiva clase de moderno latín epigráfico cuando me quedé atónico ante el reparto de unos folletos publicitarios donde pude leer, asombrado, MARE VOSTRUM. De verdad que me quedé a cuadros ante un reclamo publicitario de la región de Calabria donde, en lugar del esperable MARE NOSTRUM, la muy soberbia denominación romana para el Mar Mediterráneo, pude leer algo que, de puro ingenioso, suena bastante mal a un latinista. Los publicistas quisieron darle un giro a la denominación esperable, "Mar Nuestro", escribiendo "Mar vuestro", imagino que de los futuros turistas, y creando así en ellos una sensación de hospitalidad. Pero el problema está en que el latín es puñetero, y el adjetivo posesivo de segunda persona plural no es VOSTRUM (cuando menos, en latín clásico), sino VESTRUM, con lo que la buena denominación hubiera sido MARE VESTRUM, que quizá por ser más correcto es, probablemente, menos reconocible para un no iniciado en los misterios del latín. El horror gramatical me trajo a la memoria el rótulo de una cadena de restaurantes "mediterráneos" que se llama NOSTRUS (así tal cual, y yo también dije "¡joder!" cuando lo leí por primera vez). NOSTER, el correcto uso del adjetivo posesivo de primera persona del plural, no recuerda ya, imagino, al MARE NOSTRUM que ellos querían evocar, por lo que yo hubiera optado sencillamente por denominar a la cadena de restaurantes, sencillamente, NOSTRUM. En fin, no sigo más, que luego un señor desconocido, o que firma como "ANÓNIMO", me llama impropiamente patán, en especial cuando cargo contra la prosodia del SEAT EXEO, que en lugar de ser pronunciado correctamente como ÉXEO se llama EXÉO. Las cosas no están para bromas, pero se me ocurrió la posibilidad de vengarme yendo a un concesionario de la SEAT y decirle a uno de los comerciales que estaba interesado en comprar el modelo de coche citado, pero que mi decisión dependía básicamente de la correcta pronunciación que el vendedor hiciera de la palabra latina. "Para que vea Vd. si sirve el latín: se está jugando hacer una compra de 15.000 euros que sólo depende de dónde ponga el dichoso acento". En fin, todas estas son cosas que me enfadan moderadamente y que me divierten bastante. Ya sé que si un director de banco ve lo que yo gano y lo compara con lo que ganan los directivos del MARE VOSTRUM, del NOSTRUS y del EXÉO me dirán que ellos son mucho más listos que yo, y con diferencia. A todo esto, yo le diría lo que dijo un chulillo en tiempos de Moratín: PAUPERIEM PA...TÍ. Es decir, PAUPERIEM, la pobreza, PATÍ, "para ti", que yo no la quiero. FRANCISCO GARCÍA JURADO