jueves, 14 de octubre de 2010

LA CIUDAD INVISIBLE DE LOS CLÁSICOS -5-: CLÁSICOS FRENTE A ROMÁNTICOS

Continuamos nuestra serie dedicada a estudiar el devenir del término "clásico" en la Historia cultural europea. Hoy corresponde que nos acerquemos a una de las oposiciones más importantes para entender el paso del término "clásico" a la modernidad: su oposición con "romántico". Madame de Staël (retratada como Corina en la imagen) fue fundamental para la difusión de este nuevo estado de cosas. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

Los clásicos frente a los románticos

Como venimos diciendo, hasta finales del siglo XVIII la Antigüedad grecolatina no recibió de manera categórica la calificación de “clásica” por excelencia. Curtius se refiere a este fenómeno semántico en los términos siguientes:

El que hacia 1800 la Antigüedad grecorromana se haya declarado “clásica” en bloque fue medida afortunada, pero no por ello menos discutible. (Curtius, 1979, p. 354)

De manera parecida lo hace Harry Levin, no en vano lector de Curtius:

Given the staple curriculum of Western education, it is non surprising that the word was then applied collectively to the civilizations of Greece and Rome; what may surprise us is that this application was not current before the nineteenth century. (Levin, 1957, p. 41)

Hasta este momento, la manera más común de referirse a los autores grecolatinos era mediante la etiqueta de “antiguos”, rasgo que, como hemos visto, ya estaba implícito en el propio término “clásico”. La alternativa a los autores “antiguos” era la de los “modernos”, de lo que da cuenta la llamada “Querelle des anciens et des modernes” que se extendió a lo largo de los siglos XVII y XVIII, pero que tiene sus comienzos en las disputas medievales y pre-humanísticas.[1] Este nuevo cambio del sentido de “clásico” tendrá unas consecuencias de gran calado. La vieja oposición entre “clásicos” y “proletarios”, o entre autores buenos y malos, se va a ver profundamente alterada cuando al término “clásico” se le oponga, a comienzos del siglo XIX, un nuevo término, el de “romántico”. Así lo vemos en un libro fundamental escrito por Madame de Staël,[2] su tratado sobre Alemania (1810):

Algunas veces se toma la palabra clásico como sinónimo de perfección. Yo me sirvo allí de otra acepción, considerando la poesía clásica como aquella de los antiguos, y la poesía romántica como la que, de algún modo, se refiere a las tradiciones caballerescas. Esta división se relaciona igualmente a dos edades del mundo: la que ha precedido el establecimiento del cristianismo, y la que lo ha seguido. (Staël, 1991, p. 79)

Esta obra contribuyó decisivamente a la configuración de una novedosa oposición donde “clásico” se confundió básicamente con una forma determinada de valorar el mundo antiguo, precisamente la “clasicista”. Hemos tenido ocasión de ver cómo la nueva caracterización penetra en España a partir de una traducción de la novela Corina, también escrita por Madame de Staël y publicada en España en 1820, coincidiendo con la etapa del llamado Trienio Liberal (1820-23). Su traductor, Juan Ángel Caamaño, dedica a la novela un interesante prólogo[3] que resulta ser uno de los documentos más tempranos de la conciencia del romanticismo en España. El ideal romántico penetró en España por vías diversas, pero encuentra su mejor exponente dentro del prólogo que Caamaño antepone a la novelita de viajes escrita por Madame de Staël, que es donde ya podemos ver configurada claramente la entonces novedosa oposición entre clásicos y románticos:

La voz clásico, como que es una abstracción, puede tener varias acepciones; por tanto, para hablar con juicio de la literatura clásica, y de la romántica, es menester fijar primero el sentido de lo que se quiere dar. Efectivamente, unos la usan como sinónima de perfeccion, y otros la aplican solo á la poesía de los antiguos. En el primer caso, la misma perfeccion consiste, segun ellos, en la rigorosa observancia de las reglas de cierta escuela; en el segundo no se permite mas que imitar á los modelos griegos y latinos (…). He aquí pues la diferencia de las dos literaturas, no clásica y romántica, sinó antigua y moderna: los gentiles lo veian todo en la tierra, los cristianos lo vemos todo en el cielo (…). (Caamaño, 1820, pp. IX y XV)

Dos grandes cambios vienen al calor de este nuevo estado de cosas: el primero de ellos es la nueva valoración, ahora peyorativa, de “clásico” frente a “romántico”; el primer término continúa ligado a lo antiguo, pero esta vez la Antigüedad ya no es sinónimo de lo bueno, frente al nuevo culto que emerge ante lo moderno. En segundo lugar, ya hemos referido que lo clásico ya no se liga a unos autores, sino a una literatura en especial, la grecolatina. Esta nueva situación creará “enmienda a la totalidad” con respecto a los clásicos grecolatinos y la cultura clásica en general ya a mediados del siglo XX, coincidiendo con la propia crisis de la cultura europea tras la Segunda Guerra Mundial.

[1] “Les théologiens médiévaux ont fait divers usages de l’opposition entre «antiqui» et «moderni». Mais la Querelle des Anciens et des Modernes proprement dite, qui connaît son point culminant en France au xviie et au xviiie siècle, commence avec la Renaissance, c’est-à-dire avec Pétrarque (1304-1374)”. (Fumaroli, 2001, p. 7).
[2] Aguiar e Silva (1984, p. 298) explica la génesis y desarrollo del término “clásico”, desde su generalización para hablar sobre los autores que se estudian “en clase” hasta su sentido peyorativo, ya en el siglo XIX, frente al término “romántico”: “A principios del siglo XIX, cuando la vida literaria europea experimenta una metamorfosis profunda, los vocablos «clásico» y «clasicismo» cobraron nuevos matices semánticos y adquirieron progresivamente un significado estético-literario nuevo. Goethe pretende haber sido el primero en lanzar la antinomia clásico-romántico, desarrollada posteriormente por los hermanos Schlegel, y Mme. de Staël, en un capítulo famoso de su obra De l’Allemagne (I, II, cap. XI), expone y fundamenta la distinción entre poesía clásica y poesía romántica. En la oposición clásico-romántico, que en la época romántica se transformó en lugar común, clásico no tiene ningún sentido laudatorio ni el significado de leído y estudiado en las escuelas, sino que más bien designa una estética determinada y determinado bando literario.”
[3] Estudiado pormenorizadamente por Alonso Seoane, 2002.

martes, 12 de octubre de 2010

LA CIUDAD INVISIBLE DE LOS CLÁSICOS -4- HUMANISMO

Continuamos hoy con la cuarta entrega de este intenso viaje por el término "clásico" a lo largo de la cultura occidental. Hoy corresponde hablar de "La resurrección humanista: classici frente a proletarii atque etiam capitecensi". Como veremos, la feliz metáfora de Aulo Gelio prendió entre los autores del siglo XVI, como el valenciano Luis Vives. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

Es sorprendente que desde Gelio no encontremos más usos metafóricos de classicus hasta que lleguemos plenamente al siglo XVI, no en vano una de las etapas doradas de la lectura y la edición de las Noches áticas. La esporádica metáfora podría haber desaparecido perfectamente del mapa de nuestras acuñaciones literarias si no fuera porque los humanistas, excelentes lectores de Gelio, la rescataron para adaptarla a su nuevo contexto literario y cultural. El romanista Ernst Robert Curtius hace una pertinente reflexión a este respecto, en especial sobre el efecto del azar en nuestra terminología literaria y el criterio gramatical que preside en un principio la idea de “clásico”:[1]

El pasaje de Aulo Gelio es muy instructivo: revela que el concepto de «escritor modelo» esta subordinado en la Antigüedad al criterio gramatical de la corrección lingüística. Es tarea de la historia de las lenguas modernas el investigar cuándo y dónde penetró en la cultura moderna el término que Gelio emplea para un caso aislado. El que un concepto tan fundamental de nuestra cultura como es el de clasicismo, del que tanto se ha hablado y abusado, se remonte a un autor de la tardía latinidad, ya sólo conocido de los especialistas, es algo más que una simple curiosidad filológica; demuestra un hecho que ya hemos podido ver en muchas ocasiones: la importancia del azar en la historia de nuestra terminología literaria. (Curtius, 1989, p. 353)

En este sentido, junto al ya citado Melanchthon, otro de los humanistas que reavivan la metáfora de Gelio en el siglo XVI es el valenciano Luis Vives, concretamente dentro del XIII de sus Diálogos (publicados en Basilea el año de 1539), el titulado “La escuela”. Allí recurre a la denominación explícita de “clásicos” (eos quos classicos vos grammatici appellatis) para referirse a aquellos autores que se oponen a los considerados por los propios humanistas no sólo como “bajos” (proletarii), sino, además, “ínfimos” (capitecensi):

-Quos Auctores interpretantur?
-Nos eosdem omnes, sed ut quisque est peritia, et ingenio praeditus. Eruditissimi, et acerrimo judicio scriptores sibi sumunt optimos quosque, et eos quos classicos vos grammatici appellatis. Sunt qui ex ignorantia meliorum ad proletarios descendunt, atque etiam capitecensos. Ingrediamur, ostendam vobis publicam gymnasii huius bibliothecam. Haec est bibliotheca, quae ex magnorum virorum praecepto ad ortum aestivum spectat.
-Papae! quantum librorum, quantum bonorum auctorum, graeci, latini , oratores, poetae, historici, philosophi, theologi, et imagines auctorum.

-¿A qué autores comentan?
-No todos a los mismos, sino cada cual según le dicte la experiencia y talento; los más más doctos y de juicio más agudo toman para sí los mejores escritores (optimos) y a éstos son los que vosotros, los gramáticos, llamáis clásicos. Hay quienes por desconocimiento de los mejores se abajan a autores del montón e incluso de última fila (proletarios atque etiam capitecensos). Entremos, os voy a mostrar la biblioteca pública de este colegio. Ésta es la biblioteca, la cual siguiendo lo establecido por grandes hombres, mira hacia donde sale el sol en verano.
-¡Caramba! ¡Pero qué cantidad de libros, y de buenos autores, griegos y latinos, oradores, poetas, historiadores, filósofos, teólogos y también retratos de autores! (Luis Vives, XII. Schola, en Los Diálogos (Linguae Latinae Exercitario), trad. de García Ruiz, 2005, p. 241)

Merece la pena que releamos el texto de Luis Vives desde una triple perspectiva para poder apreciar mejor cómo se recrea el concepto de “clásico” en los incipientes tiempos modernos:[2]

(a) Estamos ante un claro uso metalingüístico del término classicus, pues se especifica que es utilizado precisamente por los grammatici dentro del contexto académico. Aunque no figure de manera gráfica, se trata de un uso entrecomillado y especial del término, que conserva todavía una clara conciencia del texto geliano, aunque, como señalaremos en la observación siguiente, el término ha ampliado ya su capacidad de designar a otros autores más allá de los latinos arcaicos. Por lo demás, ha desaparecido adsiduus, que hacía doblete con classicus en el texto de Gelio. El término llamado a triunfar para la posteridad es este segundo.

(b) El diálogo de Vives donde aparece el término classicus en cuestión tiene lugar mientras los personajes visitan una escuela y biblioteca ideales. Es la visita imaginaria la que sirve como pretexto para desgranar un rico acervo de ideas pedagógicas y literarias propias del humanismo, lo que convierte a los clásicos no sólo en los antiguos autores latinos, oradores y poetas, del uso originario, sino en quantum bonorum auctorum, Graeci, Latini, oratores, poetae, historici, philosophi y theologi. Por su parte, la categoría de los “proletarios” se extiende ahora a ciertos autores medievales:

-Hem, qui sunt illi abiecti in grande illa strue?
-Catholicon, Alexander, Hugutio, Papias, Sermonaria, Dialecticae et Physicae sophisticae. Hi sunt quos capitecensos nominabam.
-Immo capite diminutos.

-Eh, ¿quiénes son esos arrojados en aquel montón enorme?
-El Catolicón, Alejandro, Hugucio, Papias, los Sermonarios, las sofísticas, dialécticas y físicas. Estos son los que llamaba autores de última fila (capitecensi).
-Dirás mejor proscritos (capite diminutos).

Vives no se contenta con denominar a estos autores capitecensi, según el nombre que se daba a los más pobres en la clasificación de Servio Tulio, sino que amplía la denominación con un nuevo uso, el de capite diminuti, no exento de ironía.[3]

(c) Es también muy pertinente señalar cómo en la biblioteca aparecen los retratos de los mejores autores, lo que les confiere una doble condición, de una parte, como imagines y, de otra, como auctorum libri. Por lo demás, los retratos de los autores mantienen un animado diálogo que queda trascrito en los títulos situados junto a los propios retratos.
Desde este punto de vista, este uso de classicus conlleva aún la conciencia del sentido metafórico del término, lo que nos permite remitir a los autores a un lugar físico e ideal: los “clásicos” pueden ser los habitantes de rango más alto dentro de una ciudad o de una biblioteca, entendida ésta como ciudad de los libros. No obstante, ya en el propio texto de Vives encontramos también el germen de lo que será la localización dominante de los clásicos: la “escuela” y, más en particular, la “clase” o el aula (Melanchthon, en su uso del término classicus aplicado a Plutarco, se refería de manera explícita a ésta: certum est praelegere scholae nostrae). Esta circunstancia remotivará el uso de clásico, que dejará ya de relacionarse con la antigua classis de la vieja jerarquía social romana. Del sentido de “la clase de los mejores autores” se pasa a la idea de los “autores que se leen en clase”, los escolares, como categoría estética e independientemente de la época y la lengua en que se inscriban. El uso del término permanecerá tal cual hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando “clásico” dé un nuevo giro y adquiera una dimensión histórica, tanto para referirse a los mejores autores de una literatura, hecho que está muy en consonancia con la construcción de la categoría historiográfica de “Siglo de Oro”, como para designar, por antonomasia, a los autores grecolatinos[4]. Sin embargo, perdida ya de vista la vieja metáfora de Gelio, el concepto de “clásico” queda, por tanto, como un concepto ciego que se intenta remotivar a partir de otras asociaciones, en especial la de los estudiantes dispuestos ordenadamente en el aula.
[1] María Rosa Lida no está de acuerdo con Curtius en inferir del texto de Gelio que el criterio de selección de los autores sea la corrección lingüística: “Una cosa es recomendar un autor de primera clase para fijar la norma de corrección lingüística, y otra y muy distinta es erigir ésta en criterio de selección de autores.” (Lida de Malkiel, 1975, p. 331 n. 36).
[2] García Jurado, 2009, p. 151.
[3] “Con la fórmula capitis diminutio, se hacía referencia en el lenguaje jurídico romano a la pérdida de todos los bienes como castigo por una acción reprobable, castigo que conllevaba la servidumbre o la deportación, vid. Just. Inst. I,16,1. Es probable que Vives recordara el pasaje de Justiniano y añadiera a este juego de asociación de significados, común entre los humanistas, el de capite diminuti, “los desposeídos” con el valor de «(autores) carentes de ingenio alguno»”. (García Ruiz, 2005, p. 465).
[4] Para este proceso véase García Jurado, 2007, especialmente pp. 172-173: “El cambio más significativo se va a producir en el siglo XVIII, cuando «autores clásicos» pase a tener, entre sus posibilidades de designación, la capacidad de referirse al grupo de los autores grecolatinos por excelencia”.

domingo, 10 de octubre de 2010

LA CIUDAD INVISIBLE DE LOS CLÁSICOS -3-

Continuamos con la serie que hemos iniciado acerca del término clásico y su uso a través de la Historia. Hoy nos centramos en la Antigüedad y en la peculiar metáfora que Aulo Gelio creó a partir de un antiguo uso social: los "clásicos" eran los ciudadanos más ricos de Roma, pero eso era en tiempos arcaicos. Gelio escribe en el siglo II de nuestra era. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

El principio de todo: classicus adsiduusque frente a proletarius

A menudo es difícil saber cuál es el principio de las cosas y el origen de las palabras. De manera excepcional, en el caso que nos ocupa, sabemos quién utilizó por primera vez la palabra “clásico” para referirse a los mejores autores. Se trataba de Aulo Gelio, autor latino del siglo II de nuestra era, que utilizó de manera metafórica el término cuando recreaba, precisamente, una conversación con su amigo Cornelio Frontón, conocido por su epistolario. Gelio es muy dado a la trascripción ficticia de conversaciones mantenidas en un pasado más o menos reciente, ya sea durante su más tierna juventud en Roma, la etapa de sus estudios en Atenas, o su posterior actividad como juez de nuevo en Roma. Aulo Gelio hace que sea Frontón[1] quien tome prestado el término “clásico” con el viejo sentido de la división por clases que existía en Roma durante los antiguos tiempos del rey Servio Tulio. Precisamente, de esta división social y del viejo sentido de “clásico” se nos habla en otro de los capítulos de sus Noches áticas:

“Classici” dicebantur non omnes, qui in quinque classibus erant, sed primae tantum classis homines, qui centum et uiginti quinque milia aeris ampliusue censi erant. “Infra classem” autem appellabantur secundae classis ceterarumque omnium classium, qui minore summa aeris, quod supra dixi, censebantur. Hoc eo strictim notaui, quoniam in M. Catonis oratione, qua Voconiam legem suasit, quaeri solet, quid sit “classicus”, quid “infra classem”. (Gel. 6,13)

No se llamaba “clásicos” a todos los que estaban en las cinco clases, sino tan sólo en la primera, aquellos que estaban censados con un patrimonio de 125.000 ases o superior. Por su parte, se llamaban infra classem a los de la segunda clase y el resto, aquellos que estaban censados por una cantidad menor de dinero que la arriba citada. Por ello, he escrito esta breve nota, porque en el discurso de Marco Catón donde abogó a favor de la ley Voconia suele preguntarse que es classicus y qué infra classem. (trad. de F. García Jurado)

De esta breve noticia que nos ofrece Aulo Gelio cabe destacar la posición preeminente que ocupan los llamados classici, que constituían en realidad la clase de los miembros egregios dentro de una sociedad jerarquizada por la solvencia económica.[2] Así pues, la classis por antonomasia era únicamente la primera, pues las cuatro clases inferiores, según nos cuenta Gelio, se denominarían infra classem por estar debajo de aquélla. Por esta razón, cuando en la conversación con su amigo Frontón se utiliza el término classicus para hablar de los mejores escritores, sabemos claramente que se refiere a los más granados, sólo los de ese primer orden, en el contexto de una oportuna y sutil metáfora que sugiere de manera implícita la existencia de una sociedad literaria ideal y atemporal:

Ite ergo nunc et, quando forte erit otium, quaerite an “quadrigam” et “harenas” dixerit e cohorte illa dumtaxat antiquiore uel oratorum aliquis uel poetarum, id est classicus adsiduusque aliquis scriptor, non proletarius. (Gel. 19,8,15)

Partid, por tanto, ahora, y en cuanto os sea posible, mirad a ver si ha utilizado los términos “quadriga” y “harenas” alguno de la cohorte antigua de oradores o poetas, es decir, algún escritor clásico y solvente, no un proletario. (trad. de F. García Jurado)

Es importante hacer notar, asimismo, que la metáfora que traslada el término classicus del ámbito social y económico al literario hace también lo propio con el término proletarius.[3] Mientras el primero de ellos adquiere una valoración positiva, el segundo ocupa la parte negativa, relativa a los autores de menor nivel. Esta jerarquización, sin embargo, irá cambiando a medida que nos acerquemos a nuestro tiempo y el concepto de clásico se democratice, como iremos viendo en este mismo trabajo. Así pues, en principio, la concepción que tiene Gelio de un “clásico” no coincide precisamente con lo que nosotros entendemos hoy día como tal.[4] Para empezar, y de forma muy distinta a lo que ahora entendemos como “clásicos”, es decir, los mejores autores de cualquier literatura y época, los classici de los que se habla metafóricamente en el texto de Gelio a propósito de una discusión gramatical serían, en particular, autores latinos antiguos. Dentro de este notable grupo de autores destaca el comediógrafo Plauto, objeto de muchos de los desvelos filológicos de Aulo Gelio, y a quien se aplican calificativos tan elogiosos como “el más elegante” (Plautus, uerborum Latinorum elegantissimus [Gel. 1,7,17]), el “príncipe” (Plautus quoque, homo linguae atque elegantiae in uerbis Latinae princeps [Gel. 6,17,4]) y la “gloria de la lengua latina” (Plautus, linguae Latinae decus [Gel. 19,8,6]). Este tercer apelativo se le confiere, precisamente, dentro del mismo capítulo donde se utiliza el término de “clásico”. Plauto sería, por tanto, uno de los principes de esta ideal y atemporal ciudad de las letras. Así pues, es interesante hacer notar cómo el uso metafórico de classicus está pensado, de manera defectiva, para referirse a los autores latinos, de la misma manera que los classici propiamente dichos eran precisamente aquellos ciudadanos de la primera de las cinco clases que habitaban en la antigua Roma, y cuyo escalafón más bajo formaban los proletarii, o aquellos que no podían aportar más que su prole a la riqueza común. Este rasgo patrio desaparecerá después, cuando los humanistas recuperen el término, ampliándolo a también a los autores griegos y otros. Lo que sí va a pervivir con fuerza es el carácter del clásico como autor fundamentalmente antiguo.[5] De hecho, el término “antiguo” será fundamentalmente el que se utilice para hablar de los autores grecolatinos, hasta que se les atribuya por antonomasia el adjetivo de “clásicos” a finales del siglo XVIII. Por su parte, el término adsidui que acompaña a classicus, y que hemos traducido como “solventes”, corrobora la dimensión económica de la clasificación.[6] Estamos, por tanto, ante la representación de una ciudad literaria perfectamente estratificada en torno a la solvencia de los propios autores, en el contexto de una consideración económica de la literatura que no habría de desagradar a los historiadores marxistas.[7] El comparatista Harry Levin hace un sabroso comentario a este respecto en su no menos sabroso libro Contexts of Criticism:

The figure of speech for literary status, borrowed from the Roman classification of taxpayers, is frankly social and snobbishly economic enough to gratify the worst suspicions of Marxist historians. This particular use of the adjective classicus, which seems to have no other ancient or medieval example, would not become a catchword until the humanistic revival of the classics. Then, as Pauly-Wissowa indicates, Melanchthon could use it in recommending Plutarch; and thence it was but a short step to the vernaculars, with programs of education based –like Milton’s- on “works of classical authority”. (Levin, 1957, p. 38)
De esta forma, los classici que formula Gelio metafóricamente tendrían tres rasgos fundamentales: serían autores latinos, autores antiguos y autores “solventes”. Si, como ya hemos anotado, consideramos que este canon de autores se constituye desde el punto de vista de la corrección gramatical de la lengua latina, el término classicus se refirió originalmente tan sólo a los autores que cultivaron esta lengua. Según lo dicho, los escritores griegos quedaron tácitamente excluidos, para sorpresa del estudioso moderno, si bien éstos recibieron en el mismo Gelio otras calificaciones análogas, tales como idonei.[8] No obstante, tanto los idonei Graecorum como los classici (Latini) tienen en común su carácter de autores antiguos,[9] como antigua es también la propia acepción que se utiliza de classicus (recordamos de nuevo que se trata de la acepción relativa a una arcaica estratificación social de los tiempos del rey Servio Tulio) frente al sentido que es ya común en latín clásico de aquello que tiene que ver con la classis, es decir, la flota de guerra.[10] Por lo tanto, Aulo Gelio es el primer autor que lleva a cabo un uso metafórico a partir de la antigua acepción económica de classicus, trasladada desde el ámbito social al de las litterae, aunque no será hasta el siglo XVI cuando la metáfora cobre una gran fortuna para la configuración de los cánones literarios. Sin embargo, la metáfora que nos permite entrever o imaginar una ciudad, muy parecida a la Roma antigua y poblada por sus auctores classici, donde el comediógrafo Plauto sería, precisamente, el que ocupa el lugar de honor entre todos ellos, no va a ser comprendida salvo por unos pocos lectores modernos de Gelio. Uno de ellos, como indica el propio Levin en el texto citado más arriba, será el humanista Philipp Melanchthon, que hace uso del término en un documento de 1519, si bien para referirse ya a un autor que ha escrito en griego, el polígrafo Plutarco.[11]
[1] No obstante, Holford-Strevens (2005, P. 362) comenta que esta caracterización geliana de Frontón apunta más a intereses propios del primero que del segundo. Uría Varela (1998, p. 48), por su parte, se inclina por la posibilidad de que fuera realmente Frontón. La cuestión en todo caso no modifica sustancialmente las conclusiones de nuestro estudio.
[2] Véase también el pasaje recogido en Liv. 1,43,1-11.
[3] Se puede encontrar un buen comentario al respecto en Hout, 1999, pp. 599-600.
[4] Así lo hemos mostrado en nuestro trabajo “¿Qué es la literatura griega y latina para Aulo Gelio?: hacia un protoconcepto”, International Workshop. Social and Literary Bilingualism: Under Rome’s Rule, Pamplona, 9 de octubre de 2009. Universidad de Navarra. Cf. García Jurado (en prensa).
[5] El carácter antiguo de los clásicos será una característica que perviva en la conocida caracterización de los “antiguos” frente a los “modernos” que configurará la llamada “Querelle des anciens et de modernes” básicamente entre los siglos XVII y XVIII.
[6] “En efecto, también adsiduus es palabra con la que, desde el mismo Servio Tulio, según testimonio de Cicerón, se designa a la clase alta como clase «contribuyente»” (Uría Varela, 1998, p. 54).
[7] Como curiosidad, podemos leer cómo recoge la antigua estratificación social el conocido historiador marxista de la antigüedad romana Serguei Ivanovich Kovaliov, que nos habla de la manera siguiente acerca de aquella antigua división en clases: “Servio Tulio dividió a todas la población de Roma, tanto a los patricios como a los plebeyos, en cinco categorías de poseedores o clases (classis). En la primera estaban los ciudadanos que poseían un patrimonio no menor de 100.000 ases, en la segunda los que poseían 75.000 ases, en la tercera 50.000, en la cuarta 25.000 y, finalmente, en la quinta aquellos cuyo patrimonio no era inferior a los 12.500 ases (según Dionisio) o a los 11.000 (según Livio). Los ciudadanos restantes constituían la clase inferior (infra classem) y se les llamaba proletarios (de la palabra proles), es decir, personas que sólo poseían hijos. Estos últimos también eran llamados capite censi (censados por la cabeza)” (Kovaliov, 1985, p. 82).
[8] No obstante, cabe encontrar otras expresiones equivalentes para referirse a éstos últimos, como cuando son calificados de principes (omnes linguae Atticae principes [Gel., I 2.4], que es como también se califica al latino Plauto) o se les aplica el curioso término de idonei, que es una palabra importada, al igual que classicus y adsiduus, del ámbito económico (Uría Varela, 1998, pp. 56-57). De esta forma, idoneus implicaría la misma condición de modelo gramatical para los griegos que classici para los latinos: Sed nos neque “soloecismum” neque “barbarismum” apud Graecorum idoneos adhuc inuenimus (Gel., 5,20,4) (“Mas no hemos encontrado hasta ahora ni «solecismo» ni «barbarismo» entre los mejores autores griegos”).
[9] “Antiquity as a basis for sustaining the idea of Latin’s parity with Greek was as important to Fronto and Gellius as it had been to Cicero” (Swain, 2004, p. 35).
[10] En latín clásico, el término classicus remitía ya al ámbito de la flota de guerra (classis). Así lo vemos en Veleyo Patérculo: classicis peditumque expeditionibus (Vell., 2,121,1), es decir, “expediciones por mar y por tierra”.
[11] “Losgelöst von der ursprünglichen Bedeutung und im modernen Sinne ist das Wort erst von den Humanisten gebraucht worden; so heisst es bei Melanchthon in der Widmungsepistel der Ausgaben von Plutarchs Schrift Ei) kalw=j ei)/rhtai to\ la/qe biw/saj an Bartholomaeus Feldkirch vom April 1519 (Corp. Reformat. I, p. 80): De hac re Plutarchi sententiam, classici videlicet authoris, certum est praelegere scholae nostrae.” (Pauly-Wissowa, 1899, s.v. classici p. 2629).