sábado, 16 de enero de 2010

"ROMÁNTICO" MUSEO DEL ROMANTICISMO


Fue tras una agradable comida en la calle Atocha, durante una sobremesa de un sábado de enero de 2010, cuando propuse a María José que visitáramos el que, para mí y mi nostalgia, siempre será el "Museo Romántico". Ya no se llama así, sino "Museo del Romanticismo". Habíamos hecho el intento de acudir al museo durante los días festivos en que fue inaugurado, y la empresa resultó imposible. Ahora, al fin, el museo era nuestro a las cuatro y cuardo de la tarde, pero no encontré la luz de mi recuerdo. TEXTO DE FRANCISCO GARCÍA JURADO

Parece que cuando comenzamos una crónica sobre algo debemos tomar partido por la admiración sin concesiones o por la crítica. En este caso, el de la visita que hicimos al ahora llamado "Museo del Romanticismo", no puedo decantarme ni hacia una postura ni a la otra. Conservo todavía, en mi colección de colecciones, la entrada de aquel Museo Romántico al que acudí, siendo adolescente, con mis abuelos. Volví a visitarlo alguna vez, y siempre recordaré de él un aire a casa antigua y abandonada, a oscuridad espontánea, a un museo olvidado. En uno de mis libros de literatura venía una fotografía del arpa, o de una de las arpas que atesora el museo, con el conocido verso de Bécquer: "Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa". Hoy el arpa reluce como nunca en una sifonía de salones decorados con vistosas telas de colores, donde todo parece haber perdido aquel aire destartalado y monocolor para convertirse en una policromía alejada del poético "ángulo oscuro". El propio museo ha dejado de ser "romántico" para pasar a ser algo parecido a un centro de interpretación del "romanticismo". Son otros tiempos para la museografía, más dada, por lo que parece, a la abstracción que a la evocación. Antes se exponían objetos en una suerte de yuxtaposición tácita que ahora pasa a ser "discurso", es decir, un camino conceptual muy pensado y trazado de antemano para representar desde un punto de vista temático el período histórico en cuestión. El museo intenta llevarnos de la mano por lo que sería la vida pública y privada de una casa representativa de la alta sociedad en la época isabelina, es decir, durante parte de los años 30, la década de los 40 y 50 y casi todo el decenio de los 60. El trabajo de montaje y restauración ha sido largo y el esfuerzo por ofrecer un nuevo museo está a la vista. Lo único que puedo decir al respeto es que tengo la impresión de ver otro museo. Naturalmente, no se trata de comparar, si bien éste último supera técnicamente al primero. Pero, más allá de lo racional, me aferro a una sensación, a la de sentir una época tal como nos la han transmitido en un momento dado. Hoy día, el Museo del Prado se está encargando de sacar a la luz sus colecciones del siglo XIX, hace sólo unos decenios denostadas por no se sabe muy bien qué razones. En este sentido, el nuevo Museo del Romanticismo se encarga de conferir color y brillantez a una época que, sobre todo en España, hemos percibido como desvaída y enfermiza. El desdén o la pasión por algo también son elementos fundamentales a la hora de reconstruir un período del pasado. Lo que antes fue desdén ahora es pasión cuando se trata de recuperar el romanticismo español, para muchos inexistente, de manera muy pareja a lo que ocurre también con la Ilustración española. Me cuesta, en definitiva, expulsar de mi retina aquella luz triste del otrora Museo romántico, pues para mí esa era la luz del Romanticismo.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

jueves, 14 de enero de 2010

LOS MANUALES DE LITERATURA ENTRE 1868 Y 1895: HISTORICISMO Y FILOLOGÍA COMPARADA


Continúo con la breve serie sobre la historia de los manuales de literatura latina en España. Hoy hablamos de una de las etapas culminantes, la que corresponde al apogeo del positivismo como procedemiento científico. Es también, y no por casualidad, la etapa de las grandes aportaciones de Menéndez Pelayo a la conformación del concepto de Tradición clásica e España.

El año de 1868 supone un cambio en la legislación de los manuales de literatura latina en España. Se pasa, en efecto, de un sistema de lista, donde tales libros han de ser aprobados por el Gobierno, a un sistema de libertad absoluta desde 1868 hasta 1874, pues al año siguiente se volverá a la consolidación del sistema de lista. Tras la caída de Isabel II se va desarrollando un nuevo ambiente de renovación intelectual que se plasma, por ejemplo, en el nacimiento de la Institución Libre de Enseñanza. En el pequeño mundo de los Estudios Clásicos se observa, sin ir más lejos, tanto la elaboración de buenos manuales como el interés por traducir libros extranjeros, entre otros la Gramática Histórico-Comparada de Curtius (con un interesantísimo prólogo de Menéndez Pelayo), el manual de Literatura Griega de Otfried Müller, significativamente prologado por Camús en lo que va a ser su último escrito (1889), o el de Gilbert Murray, dentro de la colección “La España Moderna”, dirigida y sufragada por José Lázaro Galdiano.
La Historiografía de la Literatura Latina no es ajena a este cambio de rumbo que de una manera genérica vamos a denominar “Historicista”. Ya hay una idea clara de los contenidos y métodos propios de la Historia de la Literatura Latina, en buena medida acordes a los nuevos conocimientos aportados por el propio método histórico-comparado. No debe olvidarse tampoco la impronta de Hipolite Taine, cuya Historia de la Literatura Inglesa es, a su vez, un monumento al positivismo literario. Los manuales españoles de Literatura Latina contienen ahora referencias metodológicas: es oportuno destacar el de González Garbín, con sus orientaciones científicas y hermenéuticas (González Garbín 1880: 5-7), o la exposición que sobre el progreso de la Gramática Comparada hace Canalejas (1874: II-III).
Los nuevos manuales contemplan discretamente este estado de renovación y fe en la ciencia, donde podemos encontrar, además, la primera traducción de un manual extranjero de Literatura Latina al castellano. El incipiente peso de la ciencia filológica alemana puede verse en la publicación de la Historia de la Literatura Latina de J.F. Baehr (1879), cuya traducción corre a cargo de Francisco María Rivero, catedrático de Sánscrito en Madrid desde 1877, quien en su prólogo rinde pleitesía a Camús. El manual supone un interesante caso de “transferencia cultural”, al igual que ocurrió con el manual de Otfried Müller para el caso de la Literatura Griega.
No obstante, lo más significativo puede encontrarse en la propia herencia de las clases de Camús, todavía activo, reflejada en las personas de José Canalejas y Marcelino Menéndez Pelayo. Es significativo observar cómo en el Programa de literatura clásica, griega y latina compuesto por Camús en 1876 se excluye ya de manera explícita la época medieval y renacentista (Camús 1876, 17 nota 1), pues se están convirtiendo en disciplinas autónomas.
El manual de Canalejas y Méndez, publicado entre 1874 y 1876, es un completo e interesante estudio, bien documentado con bibliografía foránea y, al mismo tiempo, adscrito a la tradición de su maestro Camús, a cuyas clases asistió dejando constancia de ellas en unos apuntes de clase que se conservan en la Universidad Complutense (Canalejas 1869-70). El manual se hace eco de cuestiones de su tiempo, como el pensamiento de Darwin, a quien cita cuando habla de Lucrecio, o un alegato contra la tiranía:

“La pasión política que engrandece el arte y la vida, pero que envenena la ciencia y falsea la historia, ha dado origen á las contrarias apreciaciones y antitéticos juicios formulados por antiguos y modernos acerca de César: por nuestra parte procuraremos descartarnos de ese idealismo individualista, en nombre del cual se le inscribe en el catálogo de los grandes perturbadores de la sociedad antigua, evitando igualmente la avasalladora influencia de cierto inexorable providencialismo filosófico, puesto hoy en moda, atentatario á los fueros de la libertad y de la conciencia humana, acogido con entusiasmo y observado con escrúpulo sumo por los que hallan en él la legitimación de poderes arbitrarios y aun despóticos.” (Canalejas 1876: 125)

La clave para entender el texto está en nota a pie de página: “Merece notarse, entre varios, Napoleón III, Histoire de Jules César (París, 1865)”. A este respecto, es pertinente la cita que en otro lugar hace del libro de Desiré Nisard titulado Les quatres grands historiens latins (París, 1874). De Nisard debió de tomar Canalejas la referencia al libro sobre Julio César, en particular de la conferencia que el afamado crítico francés dedicó por completo a esta obra. El manual de Canalejas, al continuar las enseñanzas de Camús, refleja un esbozo de cierta tradición académica propia, caracterizada por un pensamiento crítico que acoge sin violencia las ideas foráneas, en especial las francesas y alemanas. Sugiere, entre otras cosas que hoy nos pueden parecer obvias, que la Literatura Hispanolatina pase al dominio propio de la Literatura Latina y no sea asunto de la Española. Su fecha de publicación y su carácter nos invita a verlo como precursor de lo que, unos años más tarde, se llamará Edad de Plata de la Cultura Española.
Otro admirador de Camús, Menéndez Pelayo, se convierte en la referencia ineludible de este período para el estudio de la Literatura Latina, pues configura los estudios de Tradición Clásica en España. Es, de hecho, Menéndez Pelayo quien utiliza esta etiqueta por primera vez en España, una vez que Domenico Comparetti la hubiera acuñado en su estudio sobre Virgilio en la Edad Media, según ha averiguado el profesor Laguna Mariscal. Menéndez Pelayo retoma parte de la herencia bibliográfica de J.A. Pellicer y una preocupación por recopilar las traducciones de clásicos que está presente en diversos autores del propio siglo XIX, como su mentor Gumersindo Laverde. Son interesantes a este respecto sus fichas para la Biblioteca de traductores y la Bibliografía Hispano-Latina, no exentas de cierta inspiración positivista y vinculadas a la propia Polémica de la Ciencia Española. Al igual que vimos en Mayáns, se plantea la traducción como medio de relación de la Literatura Latina con la Española. Asimismo, en su bibliografía no sólo se contemplan autores de siglos anteriores, sino aportaciones de eruditos de la época, como el propio Alfredo Adolfo Camús. En particular, la herencia académica de este profesor puede encontrarse en el interés de Menéndez Pelayo por la cuestión del Ciceronianismo en España. Así nos lo sugiere una de las preguntas formuladas en el programa de curso elaborado por Camús (Camús 1876): “¿Tenían razón los Ciceronianos de la época del Renacimiento en estimar la dicción Ciceroniana como la forma más acabada del latín clásico?”. Cabe pensar en qué medida habría podido influir un planteamiento de este tipo en Menéndez Pelayo a la hora de elaborar sus “Apuntes sobre el Ciceronianismo en España”.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

lunes, 11 de enero de 2010

ENTRE REYES Y TOROS. EL TESORO DEL CARAMBOLO

Durante nuestra estancia en Sevilla estas navidades, Paco y yo decidimos acercarnos al Museo arqueológico para visitar la exposición temporal “El Carambolo. 50 años de un tesoro”. Para los que hemos nacido en Sevilla, hablar del Carambolo o de la porcelana del marqués de Pickman es algo que hemos mamado desde pequeños. Sin embargo, para los que no lo conocéis el Carambolo es un tesoro tartésico descubierto el año de 1958, en el cerro del mismo nombre, dentro de la localidad sevillana de Camas. Si bien, el descubrimiento en sí mismo es importante, lo más significativo de esta exposición es el estudio historiográfico de su descubrimiento y de cómo arqueólogos e historiadores han ido interpretando y reinterpretando la historia antigua y en este caso, la de Tartessos desde 1958. En la propia exposición se destaca lo que acabamos de decir: “Los cambios experimentados en la interpretación de Tartessos no son el producto exclusivo de los hallazgos arqueológicos, ahora más abundantes desde luego que hace cincuenta años. Obedecen también a la propia evolución mental de los arqueólogos y otros especialistas consagrados al estudio de esta historia más antigua del territorio hispano.” Pero hagamos un poco de historia. Ya a finales del siglo XIX y principios del XX se habían asentado en España numerosos viajeros, estudiosos y arqueólogos que estaban desentrañando y todo hay que decirlo, expoliando, parte de nuestros orígenes. Entre estas figuras podemos destacar Archer M. Huntington, fundador de la Hispanic Society of America en 1904 y de su museo en 1908, y el arqueólogo anglo-francés George Bonsor, descubridor de la necrópolis romana de Carmona. Además, los estudios sobre Tartessos era uno de los asuntos principales de la arqueología española. En este sentido, contamos con la obra de Adolf Schulten, publicada por primera vez en 1922 y reeditada en 1944: Tartessos. Bonsor y Schulten habían buscado sin éxito la ciudad de Tartessos bajo las arenas del Coto de Doñana en 1923. En este contexto, no es de extrañar que el descubrimiento de este magnífico tesoro en 1958 se hubiera querido interpretar como un equivalente al descubrimiento de Troya por el alemán Schliemann. El Tesoro del Carambolo está compuesto por veintiuna piezas huecas de oro (brazaletes, colgante y collar) con un peso aproximado de tres kilos. Lo que propone esta exposición es clarificar cómo ha ido cambiando la idea que se tenía sobre este tesoro desde su descubrimiento hasta hoy día. Tras el hallazgo del tesoro, el director principal de la excavación, el profesor Juan de Mata Carriazo, vio en el hallazgo las joyas de un rey Tartésico, Argantonio, que se relacionó con una identidad étnica del pueblo tartésico y lo vinculó al mito de los textos sobre Tartessos.
Así pues, el tesoro se convirtió en el emblema de lo propiamente español y proporcionó a Sevilla un referente áureo acorde con su tradicional fundación por Hércules; también se lo ha intentado vincular a las mismas raíces andaluzas con las connotaciones nacionalistas que ello implica y que nos recuerda tanto a la creación de otros mitos fundadores como el de Tubal, supuesto fundador de Iberia. En la actualidad, a partir de nuevos presupuestos, y a través de la arqueología comparada, se propone una nueva y sugerente interpretación, a saber, que el tesoro formaba parte de los ornamentos para los animales participantes en el sacrificio del templo en honor a la diosa Astarté y al dios Baal. Así de una imagen de un rey cargado de joyas pasamos a la imagen de dos toros adornados con este conjunto de piezas. En cualquier caso, estas interpretaciones sobre nuestro pasado como las anteriores no dejan de hacernos sentir cierto vértigo a la hora de preguntarnos si realmente conocemos la Antigüedad y si es tal como nos la han contado.
María José Barrios
Grupo de Investigación HLGE