lunes, 7 de junio de 2010

ANÓNIMOS Y DESCONOCIDOS


Decía Juan de la Encina que "todo pasa en la memoria, salvo la fama y la gloria". Pero hoy la fama se ha convertido también en algo, ante todo, vulgar, además de efímero. Convertirse en un personaje televisivo, a ser posible esperpéntico, parece ser la puerta grande para acceder al nuevo parnaso de la ignorancia y la grosería. Pero algo que me ha llamado la atención desde hace tiempo es apreciar cómo este tipo de personas, partícipes de una dudosa condición pública, se arrogan el derecho exclusivo a tener nombre, relegando a los demás mortales a la triste condición de "anónimos". POR FRANCISCO GARCÍA JURADO

Este blog está dedicado a Rosa, a quien tanto gusta el genio del lenguaje.
Mis sospechas se confirmaron durante una conversación. Hay un programa (que se me antoja infame) donde ciertos personajes de "renombre" comparten sus días en un lugar exótico y aparentemente paradisiaco. Por lo que parece, ahora se mezclan con personas "de la calle". Pues bien, me cuentan que al aparecer este último grupo el presentador dijo la siguiente frase genial, propia de Séneca: "Que entren los anónimos". Hace mucho tiempo que no veo este tipo de basura ni tan siquiera cinco minutos. Y esto no es una pose o un comportamiento radical: se trata simplemente de una manera de evitar, cuando menos, la mayor vulgaridad posible en una vida que, por desgracia, tiene que presenciar muchas. Aún así, soy consciente de la "perlas" que me estoy perdiendo. En realidad, al no haber visto la escena memorable, puedo imaginarme que cuando el presentador dijo aquello de "que entren los anónimos" podía haber ocurrido cualquier cosa. Imaginemos que en ese momento aparecen los cuadros no firmados del Museo del Prado, o que suenan bellos adagios barrocos como el de aquella película de los años setenta titulada "Anónimo veneciano" (en realidad, el anónimo no era tal, sino de Albinoni, pero esto da lo mismo ahora). En fin, lo que ocurrió fue que irrumpieron en aquel momento unas personas (todavía) desconocidas para el (gran) público (también "anónimo·), que en realidad tenían sus nombres y apellidos, de manera que no acudían allí para recibir el bautismo. Pero la imbecilidad reinante se ha empeñado en llamar a las personas que no salen regularmente en la televisión "personas anónimas". Vamos a ver, "anónimo", según el Diccionario de la Real Academia Española, es:

anónimo, ma.

(Del gr. ἀνώνυμος, sin nombre).

1. adj. Dicho de una obra o de un escrito: Que no lleva el nombre de su autor. U. t. c. s.
2. adj. Dicho de un autor: Cuyo nombre se desconoce. U. t. c. s. m.
3. adj. Com. Dicho de una compañía o de una sociedad: Que se forma por acciones, con responsabilidad circunscrita al capital que estas representan.
4. m. Carta o papel sin firma en que, por lo común, se dice algo ofensivo o desagradable.
5. m. Secreto del autor que oculta su nombre. Conservar el anónimo.

Como puede verse, lo más normal es que la condición de "anónimo" sea propia de las obras, y que el anonimato, cuando se refiere a personas, en particular a creadores, responda más bien a un deseo de quedar al margen de un reconocimiento público. "Anónimo", por tanto, se opone sobre todo a aquello que tiene un nombre, de manera que puede haber obras anónimas que, sin embargo, son "famosas". Pero hoy algunas mentes privilegiadas se han empeñado en convertir "anónimo" en el antónimo de "famoso". Así pues, el mundo se divide en "famosos" y en "anónimos", es decir, entre los que han triunfado en la vida y los que no. Lo curioso es que en la categoría de los segundos pueden aparecer reconocidos profesionales de cualquier gremio que han cometido el imperdonable error de dedicarse a hacer bien su trabajo (pensemos, sin ir más lejos, en un cirujano) y que cuando salen a la calle no son perseguidos por las cámaras. Desde esta nueva perspectiva, propongo que la "Tumba del soldado desconocido" sea ahora la "Tumba del soldado anónimo", y que las "Sociedades anónimas" se conviertan en "Sociedades desconocidas", que las haría aún más misteriosas, al parecerse a las sociedades secretas. La fama, a su vez, ha perdido los honorables atributos que tenía en tiempos de los antiguos. Ser famoso hoy no equivale ya a ser reconocido o simplemente afamado. La fama es un "don" que otorgan ciertas televisiones por formar parte de una comedieta vil representada por personas que ni tan siquiera pueden tener el calificativo de mediocres. En todo caso, recuerdo a todos mis lectores que llamar anónimo a quien no es supuestamente famoso supone una patada al diccionario y una suerte de banalización de la propia idea de fama. Las personas tenemos nombre, aunque sólo lo conozcan una o dos personas más, y no consiento que ningún imbécil me proclame anónimo, pues mi nombre vale tanto como el suyo. Y para que conste, lo firmo a 7 de julio de 2010. FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

2 comentarios:

mari jo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
mari jo dijo...

A mi me da igual que en un programa de telebasura se diga anónimo o lo que les dé la gana. Lo que a mi más me preocupa es que en programas serios como los telediarios se diga, cuando hay una manifestación o una huelga o simplemente una multitud de personas, que han acudido miles de personas "anónimas". Qué suerte tuvo la Leti, que de anónima pasó a ser princesa.