viernes, 2 de marzo de 2012

Melania, o la ciudad de la eterna comedia

De las ciudades invisibles de Italo Calvino me llamó especialmente la atención Melania, el lugar donde se representa eternamente aquellas gratas comedias que compusieron autores como Menandro o Plauto. El fanfarrón y la hija enamorada, o la celestina, se convierten en personajes atemporales. Esta ciudad, sin embargo, no es invisible, existe realmente, tal como tuve ocasión de ver en Nápoles. En realidad, aquellos autores fueron buenos observadores de una vida cotidiana que pervive a través de los siglos. Por Francisco García Jurado HLGE
Melania, ciudad invisible, está dentro de la categoría de "Las ciudades y los muertos", pero no debemos pensar que tales muertos son literales, pues siguen viviendo en la piel de los que les suceden. Es una ciudad escenario, o una comedia urbana. Así comienza su descripción, en palabras de Italo Calvino:

"En Melania, cada vez que uno llega a la plaza, se encuentra en mitad de un diálogo: el soldado fanfarrón y el parásito al salir por una puerta se encuentran con el joven pródigo y la meretriz; o bien el padre avaro, desde el umbral, dirige sus últimas recomendaciones a la hija enamorada y es interrumpido por el criado tonto que va a llevar un billete a la celestina. Uno vuelve a Melania años más tarde y encuentra el mismo diálogo que continúa; entre tanto han muerto el parásito, la celestina, el padre avaro; pero el soldado fanfarrón, la hija enamorada, el criado tonto han ocupado sus puestos y han sido sustituidos a su vez por el hipócrita, la confidente, el astrólogo.
La población de Melania se renueva: los interlocutores van muriendo uno por uno y entre tanto nacen los que se ubicarán a su vez en el diálogo, éste en un papel, aquél en el otro. Cuando alguien cambia de papel o abandona la plaza para siempre o entra por primera vez, se producen cambios en cadena, hasta que todos los papeles se distribuyen de nuevo, pero entre tanto la criadita desenfadada sigue respondiendo al viejo colérico, el usurero no deja de perseguir al joven desheredado, la nodriza de consolar a la hijastra, aunque ninguno de ellos conserve los ojos y la voz que tenían en la escena precedente."

Esta ciudad nace, como todas las de Calvino, de una sensación particular, y he comprobado que Nápoles es un escenario real para Melania. Pongo un ejemplo concreto y representativo: los revisores en el tren. A las ocho de la mañana, los trenes que se dirigen a Caserta rebosan de venderores y personajes variopintos. Se supone que hay que validar un billete antes de entrar al tren, y algo aparentemente tan sencillo se convierte en una suerte de asunto cómico. Poco antes de partir aparecen por sorpresa y con gran estruendo los revisores, en grupo y como si hicieran de justicieros implacables. Allí podemos ver todo un despliegue de amonestaciones y riñas, cómo algunos bajan corriendo del tren para, aparentemente, validar el billete que sí han comprado, pero no sabemos cuándo. Otros bajan o se van del vagón antes de que llegue la regañina implacable, no exenta de cierto aire escolar. El revisor no actúa en silencio, hace pública la falta del otro, y si las cosas van a más termina multando a quien posiblemente no pagará nunca la sanción. Una vez que todo el mundo ha hecho como que validaba los billetes y el tren emprende su marcha, se espera que los revisores vuelvan a pasar para comprobar si, en efecto, todo el mundo viaja legalmente. Sin embargo, a partir de ese monento los revisores ya no aparecen más, y observamos cómo en las estaciones entran decenas de personas con aspecto de no saber tan siquiera qué es un billete. El acto primero ha terminado, y ahora comienzan otras comedias más propias de un viaje plácido, cómo las conversaciones a grito pelado con el móvil o con el compañero del vagón. Especialmente divertidos me parecieron los galanes ajados, alguno con aspecto de Alan Delon, aunque añadiéndole varios kilos, que inpeccionan los vagones no tanto para buscar billetes validades como otro tipo de presas. Qué hermoso es vivir representando la vida. Es como vivirla dos veces. Lo de las motos, por cierto, es otra historia muy parecida a la del servus currens. Francisco García Jurado. H.L.G.E.

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