domingo, 28 de febrero de 2010

LA PRIMERA HISTORIA DE LA LITERATURA ROMANA


El curriculum vitae de una persona tiene mucho de biográfico, y no deja de ser una historia externa de su a veces incansable labor, de su amor por las cosas. Pero un curriculum, como una historia externa, no deja tampoco de ser una sucesión fría de datos donde falta el relato de las motivaciones, los éxitos y los fracasos. Que mi compañero Bern Marizzi y yo mismo hayamos publicado en Cuadernos de Filología Clásica (Estudios latinos), concretamente en el número 29/2 del año 2009, un trabajo sobre la primera historia (moderna) de la literatura latina es un dato frío que quedará registrado en las bibliografías especializadas más allá de nosotros. Pero nadie podrá saber, salvo mis queridos lectores, cómo y dónde surgió este trabajo y cómo en él ha nacido, quizá lo más importante de todo, una amistad y respecto intelectual entre ambos coautores que no siempre se da en la vida académica. Fue precisamente un día en la estación de metro de Ciudad Universitaria. No recuerdo si Bern venía o yo me marchaba, pero el caso es que coincidimos en el vestíbulo. Fue allí cuando planeamos emprender un trabajo conjunto, y yo le propuse traducir el programa de Literatura romana de Wolf. Creo que él al principio no sintió demasiado entusiasmo ante lo que, a priori, no era más que traducir un programa de curso. Sin embargo, poco a poco fue viendo cómo aquello era algo de mayor calado, sobre todo cuando encontró ecos de Winckelmann, el historiador del arte, e importantes nociones de Filosofía de la Historia que remitían a Herder. La labor de Marizzi fue traducir el alemán dieciochesco de Wolf, la mía transcribir los nombres de los autores latinos al castellano. En algún momento nos dimos cuenta de que el trabajo era mayor del previsto, pero no por ello nos rendimos. Al mismo tiempo fuimos construyendo la introducción del artículo, donde Marizzi desarrolló un aspecto que yo desconocía, como era la relación de Wolf con España a través nada menos que de personajes como Pardo de Figueroa, que hizo de intermediario entre el propio Wolf y Godoy. En fin, de todo aquello fue surgiendo un retrato del pequeño mundo de la Filología europea antes y después de Napoleón, el delicado tránsito de la erudición ilustrada a la romántica, y muchas nuevas ideas para futuros proyectos. Wolf es hoy día un fría nombre para la historia de la Filología, pero su vida, sus circurnstancias, son tan interesantes como sus ideas. Cuando tuvo que salir de su amada Halle, a causa de las invasiones napoleónicas, Guillermo de Humboldt se lo llevó a Berlín, donde le hizo partícipe de su nuevo proyecto científico y universitario. Wolf no llevó bien el traslado, y de igual manera que un árbol que se ha transplantado comenzó a secarse poco a poco. Curiosamente, vislumbró en 1787 cómo serían los estudios literarios tras Napoleón y la nueva concepción romántica y nacionalista del muno, pero ese nuevo mundo pasó sobre él y lo dejó fuera de su propio tiempo. Nuestro artículo supone la primera traducción del programa de curso de Wolf al español. En uno de los epígrafes de la introducción cuento cómo ciertos intermediarios, en especial la versión francesa del manual de Ficker, permitieron que sus ideas pasaran a los manuales de literatura españoles. Tras este dato se esconde mi conocimiento de estos documentos que constituyen un interesante patrimonio educativo y por el que algunas generaciones, como la de Clarín, descubrieron ciertos pormenores de la literatura clásica. También en estos pormenores se esconde mi pasión por las pequeñas cosas. Como decía al comienzo, los datos quedarán almacenados en las frías bases bibliográfica, descarnados ya de nuestras circunstancias, que en parte he contado aquí. Los que nos dedicamos a la Historiografía sabemos que las circunstancias muchas veces se vuelven argumentos, pero cuando las circunstancias se borran por efecto del tiempo sólo queda la posibilidad de adivinarlas.


FRANCISCO GARCÍA JURADO

H.L.G.E.

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