jueves, 14 de enero de 2010

LOS MANUALES DE LITERATURA ENTRE 1868 Y 1895: HISTORICISMO Y FILOLOGÍA COMPARADA


Continúo con la breve serie sobre la historia de los manuales de literatura latina en España. Hoy hablamos de una de las etapas culminantes, la que corresponde al apogeo del positivismo como procedemiento científico. Es también, y no por casualidad, la etapa de las grandes aportaciones de Menéndez Pelayo a la conformación del concepto de Tradición clásica e España.

El año de 1868 supone un cambio en la legislación de los manuales de literatura latina en España. Se pasa, en efecto, de un sistema de lista, donde tales libros han de ser aprobados por el Gobierno, a un sistema de libertad absoluta desde 1868 hasta 1874, pues al año siguiente se volverá a la consolidación del sistema de lista. Tras la caída de Isabel II se va desarrollando un nuevo ambiente de renovación intelectual que se plasma, por ejemplo, en el nacimiento de la Institución Libre de Enseñanza. En el pequeño mundo de los Estudios Clásicos se observa, sin ir más lejos, tanto la elaboración de buenos manuales como el interés por traducir libros extranjeros, entre otros la Gramática Histórico-Comparada de Curtius (con un interesantísimo prólogo de Menéndez Pelayo), el manual de Literatura Griega de Otfried Müller, significativamente prologado por Camús en lo que va a ser su último escrito (1889), o el de Gilbert Murray, dentro de la colección “La España Moderna”, dirigida y sufragada por José Lázaro Galdiano.
La Historiografía de la Literatura Latina no es ajena a este cambio de rumbo que de una manera genérica vamos a denominar “Historicista”. Ya hay una idea clara de los contenidos y métodos propios de la Historia de la Literatura Latina, en buena medida acordes a los nuevos conocimientos aportados por el propio método histórico-comparado. No debe olvidarse tampoco la impronta de Hipolite Taine, cuya Historia de la Literatura Inglesa es, a su vez, un monumento al positivismo literario. Los manuales españoles de Literatura Latina contienen ahora referencias metodológicas: es oportuno destacar el de González Garbín, con sus orientaciones científicas y hermenéuticas (González Garbín 1880: 5-7), o la exposición que sobre el progreso de la Gramática Comparada hace Canalejas (1874: II-III).
Los nuevos manuales contemplan discretamente este estado de renovación y fe en la ciencia, donde podemos encontrar, además, la primera traducción de un manual extranjero de Literatura Latina al castellano. El incipiente peso de la ciencia filológica alemana puede verse en la publicación de la Historia de la Literatura Latina de J.F. Baehr (1879), cuya traducción corre a cargo de Francisco María Rivero, catedrático de Sánscrito en Madrid desde 1877, quien en su prólogo rinde pleitesía a Camús. El manual supone un interesante caso de “transferencia cultural”, al igual que ocurrió con el manual de Otfried Müller para el caso de la Literatura Griega.
No obstante, lo más significativo puede encontrarse en la propia herencia de las clases de Camús, todavía activo, reflejada en las personas de José Canalejas y Marcelino Menéndez Pelayo. Es significativo observar cómo en el Programa de literatura clásica, griega y latina compuesto por Camús en 1876 se excluye ya de manera explícita la época medieval y renacentista (Camús 1876, 17 nota 1), pues se están convirtiendo en disciplinas autónomas.
El manual de Canalejas y Méndez, publicado entre 1874 y 1876, es un completo e interesante estudio, bien documentado con bibliografía foránea y, al mismo tiempo, adscrito a la tradición de su maestro Camús, a cuyas clases asistió dejando constancia de ellas en unos apuntes de clase que se conservan en la Universidad Complutense (Canalejas 1869-70). El manual se hace eco de cuestiones de su tiempo, como el pensamiento de Darwin, a quien cita cuando habla de Lucrecio, o un alegato contra la tiranía:

“La pasión política que engrandece el arte y la vida, pero que envenena la ciencia y falsea la historia, ha dado origen á las contrarias apreciaciones y antitéticos juicios formulados por antiguos y modernos acerca de César: por nuestra parte procuraremos descartarnos de ese idealismo individualista, en nombre del cual se le inscribe en el catálogo de los grandes perturbadores de la sociedad antigua, evitando igualmente la avasalladora influencia de cierto inexorable providencialismo filosófico, puesto hoy en moda, atentatario á los fueros de la libertad y de la conciencia humana, acogido con entusiasmo y observado con escrúpulo sumo por los que hallan en él la legitimación de poderes arbitrarios y aun despóticos.” (Canalejas 1876: 125)

La clave para entender el texto está en nota a pie de página: “Merece notarse, entre varios, Napoleón III, Histoire de Jules César (París, 1865)”. A este respecto, es pertinente la cita que en otro lugar hace del libro de Desiré Nisard titulado Les quatres grands historiens latins (París, 1874). De Nisard debió de tomar Canalejas la referencia al libro sobre Julio César, en particular de la conferencia que el afamado crítico francés dedicó por completo a esta obra. El manual de Canalejas, al continuar las enseñanzas de Camús, refleja un esbozo de cierta tradición académica propia, caracterizada por un pensamiento crítico que acoge sin violencia las ideas foráneas, en especial las francesas y alemanas. Sugiere, entre otras cosas que hoy nos pueden parecer obvias, que la Literatura Hispanolatina pase al dominio propio de la Literatura Latina y no sea asunto de la Española. Su fecha de publicación y su carácter nos invita a verlo como precursor de lo que, unos años más tarde, se llamará Edad de Plata de la Cultura Española.
Otro admirador de Camús, Menéndez Pelayo, se convierte en la referencia ineludible de este período para el estudio de la Literatura Latina, pues configura los estudios de Tradición Clásica en España. Es, de hecho, Menéndez Pelayo quien utiliza esta etiqueta por primera vez en España, una vez que Domenico Comparetti la hubiera acuñado en su estudio sobre Virgilio en la Edad Media, según ha averiguado el profesor Laguna Mariscal. Menéndez Pelayo retoma parte de la herencia bibliográfica de J.A. Pellicer y una preocupación por recopilar las traducciones de clásicos que está presente en diversos autores del propio siglo XIX, como su mentor Gumersindo Laverde. Son interesantes a este respecto sus fichas para la Biblioteca de traductores y la Bibliografía Hispano-Latina, no exentas de cierta inspiración positivista y vinculadas a la propia Polémica de la Ciencia Española. Al igual que vimos en Mayáns, se plantea la traducción como medio de relación de la Literatura Latina con la Española. Asimismo, en su bibliografía no sólo se contemplan autores de siglos anteriores, sino aportaciones de eruditos de la época, como el propio Alfredo Adolfo Camús. En particular, la herencia académica de este profesor puede encontrarse en el interés de Menéndez Pelayo por la cuestión del Ciceronianismo en España. Así nos lo sugiere una de las preguntas formuladas en el programa de curso elaborado por Camús (Camús 1876): “¿Tenían razón los Ciceronianos de la época del Renacimiento en estimar la dicción Ciceroniana como la forma más acabada del latín clásico?”. Cabe pensar en qué medida habría podido influir un planteamiento de este tipo en Menéndez Pelayo a la hora de elaborar sus “Apuntes sobre el Ciceronianismo en España”.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

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