viernes, 6 de noviembre de 2009

EL LUCRECIO DE SCHWOB Y EL LUCRECIO DE SAUSSURE


Esta semana, durante la impartición de una de las asignaturas que tengo asignadas, el "Comentario de textos lingüísitcos", he vuelto a pensar en un viejo tema de trabajo que entreví hace ya un par de años. Cuando terminaba mi libro titulado "Marcel Schwob. Antiguos imaginarios" pude comprobar como este escritor francés de finales del siglo XIX había asistido a los mismos ambientes académicos a los que acudía también el lingüista Saussure durante su etapa parisina. De hechos, ambos recibieron enseñanzas del gran semantista Michel Bréal. Si Saussure concibió una lingüística estructural, basada en la vieja dialéctica de las polaridades, Schwob conbibió una forma de estudio literario que conpartia los mismos principios. Arte frente a Historia de Schwob no deja de ser la polaridad entre Sincronía y Diacronía de Saussure. Pues bien, al margen de estas coincidencias vitales y temáticas, ambos autores posaron sus ojos, aunque por razones diferentes, en un mismo autor latino: el poeta Lucrecio, autor del poema en hexámetros titulado Sobre la naturaleza de las cosas. Saussure lo hizo para investigar cómo al comienzo del poema, precisamente en la invocación a Venus, se esconde tras las palabras "visibles" el nombre griego de la diosa: Afrodita. Sea un hecho buscado o no, nos quedamos boquiabiertos ante lo que el mismo Saussure llama "el hecho material" de ver cómo, en efecto, puede leerse escondido y algo desordenado el nombre griego. Puede que sea casualidad, pero esta investigación llevó a Saussure buena parte de los años que pasó en Ginebra impartiendo el Cours de linguistique. Por su parte, Schwob crea una de las vidas imaginarias más intensa cuando habla acerca de Lucrecio y su descubrimiento del rollo de Epicuro en la biblioteca vacía. Allí será donde Lucrecio comprenda por qué vive y, al mismo tiempo, por qué va a morir. Lucrecio es un poeta que todavía en el siglo XIX presenta problemas ante los partidarios de la religión y la moral. Los manuales de literatura latina no se cansan de alabarlo o despreciarlo. Esa conciencia de la literatura latina es la que, por otra parte, hemos estudiado María José Barrio y yo en un trabajo que hemos dedicado a Schwob y Clarín en torno a la estética del cuento latino. Hemos elegido el relato sobre Lucrecio de Schwob y el cuento que Clarín dedicó al poeta Vario. En ambos casos se baraja la posibilidad de un poeta sin obra, ya sea en la ficción o en la triste realidad de los siglos venideros. Este trabajo ha sido publicado en Cahiers Schwob número 2, una exquisita publicación francesa que la profesora Agnès Lhermite hace posible con una pasión y dedicación envidiable.

Cuánto queda por estudiar, cuánto por aprender. Todo esto es posible si sabemos alejarnos de las personas nocivas que a menudo nos acompañan en nuestras vidas cotidianas y laborales.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

martes, 3 de noviembre de 2009

FRANCISCO AYALA, IN MEMORIAM


No ha llegado a su centésimo cuarto cumpleaños, pero la vida ha sido generosa con él, convirtiéndolo en una biografía meridiano, una de esas vidas que atraviesan como flechas diferentes periodos de tiempo. Ofrezco, lacónicamente, una parte del prólogo que escribí para el libro de Inmaculada López Calahorro, Francisco Ayala y el mundo clásico, publicado por la Universidad de Granada:

"Dos libros sobre Ayala que hay en mi biblioteca marcan el tiempo inmediatamente anterior al año 75 y el tiempo posterior. El primero, publicado por la editorial Novelas y Cuentos, recoge una selección de sus relatos. Está publicado en 1972. El segundo es la edición en Espasa Calpe de El tiempo y yo y El jardín de las delicias. Está publicado en 1978 y supone, la vuelta de Ayala a la literatura española no ya como autor del exilio, sino como autor español, a secas. Curiosamente el tiempo, al pasar, unifica, borra fronteras. Separar ambos libros será sólo un empeño histórico con el irremediable paso de los años. La historia española está construida a partir de inmensas discontinuidades, como diría Claudio Guillén. Y fue precisamente en ese ejemplar de El tiempo y yo donde tuve la grata experiencia de la prosa miscelánea de Ayala, una dimensión compartida con otros escritores de su tiempo, como el catalán Joan Perucho. La miscelánea es un fenómeno antiguo, se trata de una exposición ajena a los sistemas, a los esquemas, que aspira a una reconstrucción ulterior, a cargo del lector, del aparente desorden. Es materia de gran interés cómo las cosas intrascendentes de cada día se convierten en materia solemne, duradera, gracias al uso de textos clásicos, especialmente los de Plinio, Tácito o Apuleyo. El afán de conferir trascendencia a una noticia anclada en la actualidad inmediata es un hábil juego con el tiempo, casi un anhelo. Ayala penetra en el concepto de fama a través de las reflexiones que sobre ella, como afán vital, hace Plinio el Joven. El autor latino convierte este afán de fama en un acto de nobleza, no de vanidad, en un propósito legítimo. La trascendencia de los hechos asegura, al fin y al cabo, su permanencia en el tiempo. Recuerdo que González Iglesias ha cantado las hazañas de los atletas españoles en Atlanta, pues sus empeños humanos no podían quedar reducidos a la hueca narración de la prosa deportiva. Para ello escribió, como Píndaro, unas nuevas Olímpicas.

Ahora es tiempo de terminar. Al cabo de los años aspiramos a conservar vivos los mejores recuerdos de nuestra vida. Veo mientras escribo estas líneas una foto de Ayala junto al cuadro Nuestro jardín, el que pintara su madre antes de casarse. Una niña mira ensimismada, tras dejar el aro en el suelo, lo que hay dentro del estanque rodeado de flores. Es ya una mirada eterna."

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

lunes, 2 de noviembre de 2009

LA HUELLA DE LA HISTORIA Y LA DE SU CONCIENCIA


Una de las improntas más vivas de mis recuerdos de Boston es el de la falsa luz veneciana del Isabella Stewart Gardner Museum. El hermoso edificio, muy cerca del Museo de Bellas Artes, tiene un precioso patio interior con luz cenital donde podría representarse el ensueño de los viajeros anglosajones a la ciudad italiana de los canales. Posiblemente, los cristales que cierran aquel espacio contribuyen a crear la deliciosa atmósfera irreal de una Venecia pintada por Whistler. En cierto sentido, una Venecia más acorde a los sueños que la actual ciudad asolada por los turistas. En este caso, una voluntad, la de Isabella Stewart, ha sido la creadora de aquella isla de belleza meridional en las tierras de Nueva Inglaterra, un marco delicioso para su riquísima colección de obras de arte antiguo, entre otras cosas, valiosas pinturas del siglo XVI. De esta forma nos encontramos con objetos antiguos en un marco que recrea la atmósfera donde nacieron, pero que no deja de ser un marco irreal. Una ventana gótica, si ha logrado sortear el paso del tiempo, es una huella de la Historia, independientemente de dónde esté. El desarrollo moderno de la Historia del arte ha contribuido a valorar esa pieza arquitectónica como un objeto de estudio y admiración. Otra cosa bien distinta es cuando a lo largo del siglo XIX se emprendió la obsesiva recreación de los estilos antiguos, contribuyendo así a los "neos". En este caso, no tenemos tanto una huella directa de la Historia, sino de la Historiografía, o de nuestro empeño por reescribir y recrear aquello que pasó en otro tiempo (reescritura que no sólo se lleva a cabo en los libros de Historia), evocado ahora para nuestro presente.

Debo confesar que los neogóticos y neorrenacimientos me fascinan, pues a veces hasta me parecen, en su impostura, más góticos y renacentistas que los originales. Y todo esto, ademas, ya es Historia como tal, historia de nuestra propia conciencia moderna de la Historia.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.