jueves, 19 de febrero de 2009

OVIDIO Y MANDELSTAM EN PETERSBURGO


José María Jurado, ingeniero y poeta (cualidades perfectamente complementarias) leyó un buen día este blog, quizá porque en una ocasión hablé del Madrid de Juan Ramón evocado en un precioso (y sentido) libro de Rocío Fernández Berrocal. Desde entonces hemos tenido un pequeño intercambio epistolar lleno de sugerencias y literatura. Hoy me he encontrado en el cajetín de mi correo su "plaquette", su libro en curso titulado "El lector de almanaques", donde, a mi pobre entender, el poeta ha convertido ciertas circunstancias en acontecimientos poéticos. Por qué no es poesía el momento en que Le Corbusier construyó la Unidad de Habitación, o Bach compuso la Pasión San Mateo. Es una plaquette, un pequeño libro, lleno de buenas ideas poéticas que me ha atrapado ya con su primer poema en prosa, el de las noches Blancas de San Petersburgo, que me ha devuelto al "terciopelo de la noche soviética" que cantó, en los lejanos años 20, el poeta Ossip Mandelstam. El poema de José María Jurado crea un mundo literario pertersburgués poblado por personajes como Raskolnikov (Crimen y Casstigo -y para mí un eterno verano a los trece años-), Ana Karenina o don Quijote. Allá van por la interminable Perspectiva Nevski, que María José y yo recorrimos de cabo a rabo, hasta llegar al monasterio lejano que la cierra. El poema me ha devuelto esta mañana de jueves al mundo de los recuerdos del verano que fuimos para ver dónde vivía el poeta Ossip Mandelstam y por qué llamaba Atenas a aquella ciudad lejana y dominada por el río Neva. Entrevimos un reflejo de las interminables noches blancas, noches de terciopelo, y me sentí en otras muchas ciudades. Poeta esencial, como Juan Ramón, Mandelstam soñó con Ovidio y hasta escribió unos Tristes imprescindibles para la poesía del siglo XX. Nacido en Varsovia, pero poeta, ante todo, de San Petersburgo, donde conoció lo mejor y lo peor de una época,[1] Mandelstam vio, como otros muchos autores modernos, que en el destierro de Ovidio estaba el paradigma de los exilios.[2] Particularmente, el poeta se identificó en un primer momento con Ovidio al ver el mar Negro y sentirse, como aquél, un «poeta frente al imperio».[3] La actitud ante un dictador (antes Augusto, luego Stalin) identifica claramente al poeta moderno con el clásico, de la misma forma que otros poetas contemporáneos a Mandelstam, como Lauro de Bosis en su tragedia Ícaro, también recurrieron a la literatura de la Antigüedad para denunciar el despotismo.[4] Mandelstam, identificado con el poeta latino, previó su propio exilio y articuló una reflexión acerca de lo que él llama la «ciencia de la despedida». En lo que no deja de ser un rasgo propio de otros poetas modernos, Mandelstam elegirá el mismo título latino que Ovidio para uno de sus libros más leídos, Tristia. El título sirve también para abrir este poema concreto, escrito en 1918, que comienza de la manera siguiente:[5]

Estudié la ciencia de la despedida
en las calvas quejas de la noche.
Rumian los bueyes y la espera se alarga,
la última hora de las vigilias de la ciudad.
Sigo el rito de esta noche del gallo,
cuando, tras llevar una penosa carga,
los ojos llorosos miraron a lo lejos,
y lágrimas de mujer se mezclaron con el canto de las musas.




Felicito a Jose María Jurado por este libro en curso, y por haberme regalado un recuerdo.




Francisco García Jurado


H.L.G.E.



[1] Lo mejor, sin lugar a dudas, fue el esplendor cultural petersburgués de comienzos del siglo XX, y concretamente la conformación del grupo acmeísta, con nombres como Nikolai Gumiliov o Anna Ajmátova, clasicistas a su manera y conscientes de la historia literaria que les precedía. Lo peor, las nuevas circunstancias históricas que les sobrevinieron a partir de 1917, donde los mundos personales de estos poetas no tenían cabida. A pesar de todo, aún puede intuirse la atmósfera poética de aquel tiempo en algunas calles y casas petersburguesas.
[2] Decía Claudio Guillén al respecto que «Ovidio ha sido el paradigma de la respuesta del escritor ante el destierro y quien convierte el exilio en tema literario. También esta modalidad ovidiana se relaciona con el tratamiento del tema en la antigua literatura china, en la que el exilio es visto como peregrinación y búsqueda de un camino de regreso.» (Claudio Guillén, Introducción a la literatura comparada, «Boletín informativo. Fundación Juan March», XCI Marzo de 1980, p. 29). Por lo demás, Claudio Guillén separa claramente dos formas bien distintas de la vivencia del exilio: una “literatura del exilio”, en la que el autor habla de su experiencia en ese exilio, y una “literatura de contra-exilio”, en la que el escritor se aísla de las nuevas condiciones que le ha tocado vivir. Ovidio sería el perfecto ejemplo de esta segunda actitud (Claudio Guillén, El sol de los desterrados: literatura y exilio, Barcelona, Quaderns Crema, 1995, p. 31).
[3] Así lo ve uno de sus más autorizados estudiosos, el también poeta Joseph Brodsky: «Hacia los años veinte, los temas romanos van substituyendo las referencias griegas y bíblicas, en gran medida como resultado de la creciente identificación del poeta con el predicamento arquetípico de “un poeta contra el imperio”» (Joseph Brodsky, Prólogo a Osip Mandelstam, Tristia y otros poemas. Prólogo de Joseph Brodsky. Traducción, notas y epílogo de Jesús García Gabaldón, Tarragona, Igitur, 2000, p. 14). Véase también lo que dice Ziolkowski (op. cit, p. 69) a propósito de su libro Piedra.
[4] Editada en italiano con versión inglesa por la Universidad de Oxford y publicada en Nueva York en 1933, con un prefacio de Gilbert Murray.
[5] Osip Mandelstam, op. cit., pp. 71-73. Mi compañero Jesús García Gabaldón, de la Universidad Complutense, me dio a conocer al poeta y es quien, al margen de otras traducciones, debe considerarse como el decisivo introductor de Mandelstam en la lengua castellana.

lunes, 16 de febrero de 2009

NISARD, EL CRÍTICO FRANCÉS DE LA DECADENCIA


Hay un crítico francés del siglo XIX que me interesa mucho por el alcance que sus críticas tuvieron en la sociedad literaria de su tiempo. Me refiero a Desiré Nisard, algunas de cuyas obras forman parte de mi bagaje historiográfico.

Desiré Nisard, a quien Sandys considera como “the popular side of classical literature”, publicó en 1834 un libro titulado Études de moeurs et de critique sur les poètes latins de la décadence. Su trabajo, centrado en los poetas latinos, estudia, por una parte, la historia y sus biografías (costumbres) y, por otra, aborda aspectos de teoría y crítica. No obstante, y como bien apunta Sandys, el autor no quiere pasar por un “scholar”, y es más crítico literario que historiador. La obra de Nisard tendrá una fortuna imprevista cuando sus ideas peyorativas sobre los poetas latinos tardíos, llamados decadentes y puestos en relación por el mismo Nisard con ciertos autores de su tiempo, sean invertidas como elogio por los abanderados del decadentismo literario en Francia. El libro tuvo varias reediciones, de las cuales la tercera es de 1867.
Nisard atribuye la decadencia de la literatura romana al individualismo y la pérdida de carácter formativo de la literatura, dado que tras poetas como Lucrecio, Virgilio y Horacio, cuya obra encarna "la mejor poesía, la más filosófica, la que ofrece una reflexión más completa acerca del hombre, y la que contiene más enseñanzas para la conducta de la vida" (Nisard 1834, X), la literatura latina ha adquirido un absurdo individualismo que degrada el arte. La tesis de Nisard tiene validez universal, y puede aplicarse asimismo a la poesía francesa contemporánea, como apreciamos en el capítulo dedicado a Lucano ("Lucain ou la Décadence"), donde el propio Nisard aprovecha para extraer ciertas semejanzas entre la poesía de los tiempos de Lucano y la de su propia época, que será igualmente tachada de decadente. Nisard no sospechaba que el término "decadente" iba a ser aceptado por aquellos poetas modernos que criticaba, adquiriendo de esta forma un nuevo sentido estético, ahora unido a la idea de renovación y, en definitiva, a la modernidad. En todo caso, Nisard también sostiene una razón natural para la decadencia, es decir, una suerte de ley que marca el mismo destino. Así lo vemos en la cita de Séneca el Retor que abre el libro:

"Il faut compter comme une des causes le destin, «dont c'est la loi dure et éternelle que ce qui a atteint le plus haut point de grandeur retombe hélas! plus vite qu'il n'était monté, au dernier degré de la décadence».
... Cuius maligna perpetuaque in omnibus rebus lex est, ut ad summum perducta rursus ad infimum, velocius quidem quam ascenderant, relabantur (SÉNÈQUE, Controv. I, praef. 7)"

Nótese cómo traduce Nisard con el término décadence la expresión latina ad infimum, que se refiere al punto más bajo de la degradación. Quedaría por ver, finalmente, cómo incide la cuestión de la expansión del Cristianismo en la valoración de la decadencia literaria, delicado asunto donde confluyen tanto aspectos morales como estéticos, y donde será la novela de Huysmans titulada Al revés la que terminará dando carácter literario y moderno a todo ello.
En todo caso, hoy día es difícil que los modernos críticos comprendan qué importante era el conocimiento de la literatura clásica para el ejercicio de la crítica. Era un conocimiento indispensable, sobre el que se construía la modernidad. Sainte-Beuve, otro de los grandes críticos literarios franceses de la época, escribe un importante libro sobre Virgilio, mientras Nisard diserta acerca de los historiadores latinos. Pero esto será motivo y ocasión para otro día.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.