sábado, 28 de junio de 2008

JUAN VALERA, ESQUILO Y "LA CALOR"


¡Cuarenta y cinco grados! Eso marcaba el termómetro de la Calle María Auxiliadora ayer a las siete de la tarde en Sevilla. María José y yo pensamos que no era de extrañar que aquí no se pueda trabajar, y mucho menos en Esquilo. Este comentario debe una explicación. El caso es que, de camino a un librería (nos encanta ir a librerías cuando hace tanto calor) pensamos en Valera y Menéndez Pelayo cuando decidieron (más bien lo decidió Menéndez) hacer una traducción conjunta de Esquilo.


El pobre Valera, desde los sofocantes calores de su natal pueblo de Cabra, en Córdoba, se excusaba de no poder traducir ni una sola línea, mientras don Marcelino traducía y traducía sin descanso (para agobio personal del pobre Valera). Además, cuando Valera descubrió que un "señor del norte", Baráibar, ya había traducido todas las tragedias, pensó que ya no había motivo alguno para traducirlas y se quedó sentado a la sombra de "una sombrilla de encaje y seda".


Ayer, por cierto, nos pasó un tanto de lo mismo. Encontramos una bonita edición facsímil de libro de Cadalso titulado Los eruditos a la violeta. La publicó la editorial Alfar en 1999, y ahora la venden de oferta por dos euros (¡si Cadalso levantara la cabeza!). Reproduce la magnífica edición de Antonio de Sancha pulicada en 1772. Aunque el querido Cadalso se ríe de los ignorantes que con un barnicillo de cultura pasan por cultos (recuérdese el dicho francés de la cultura es como la mermelada, que cuanto menos se tiene más se extiende), ya nos gustaría que nuestros alumnos supieran al menos las bagatelas que se nos cuentan en el ameno libro. En todo caso, hace tanto calor que no hemos podido ni abrirlo.




Feliz fin de semana caluroso desde Sevilla




M.J.B. y F.G.J.




HLGE

jueves, 26 de junio de 2008

ALFREDO ADOLFO CAMÚS Y EL HUMANISMO RENACENTISTA

Para Virginia, ya sabe por qué...

Esta mañana he tenido ocasión de conocer personalmente a Teresa Barbado Salmerón, descendiente, de Nicolás Salmerón, el ilustre político y profesor de Metafísica en la Central de Madrid. La verdad que llevaba ya tiempo con ganas de ir a visitarla a la Oficina de Intormación Científica de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madid. Tiempo hace que nos conocemos nominalmente, desde los tiempos de los ya extintos proyectos de Humanidades y Ciencias Sociales que finaciaba la CAM. El trabajo que desempeña es todo un reto, pues uno de sus mayores empeños está en la correcta divulgación de la ciencia. Teresa es quien me proporcionó la orla donde, junto a Salmerón, aparece mi querido Alfredo Adolfo Camús. La relación entre ambos, por lo que sé, fue cordial y duradera. Salmerón fue de los escasísimos colegas que acudieron al entierro de Camús, en Leganés, entre muchos estudiantes. Además, la relación amistosa entre ambos profesores me llevó a preguntarme sobre un tema crucial de la biografía de Camús (creo, honradamente, que he contado cosas sobre este profesor que antes nadie había ni tan siquiera entrevisto): su relación con los pensadores krauso-positivistas y, en relación con esto, su contribución al fomento de un ideario renacentista en pleno siglo XIX. De hecho, Camús contribuyó a la extensión de la palabra "Renacimiento" en una España convulsa donde no todo el mundo, precisamente, veia bien esos aires neopaganos.

Ya he dicho en ocasiones anteriores que la figura de Alfredo Adolfo Camús destaca tanto por su inexplicable olvido como por su importancia para comprender el panorama intelectual y académico de la segunda mitad del siglo XIX en España. Pese a la escasa obra que dejó impresa, podemos afirmar que fue el catedrático de literatura grecolatina más original en la España de su época y un difusor de los valores renacentistas, acordes con el contexto liberal en el que se desenvolvió. Dejó, además, su impronta en personalidades intelectuales como Pérez Galdós, Leopoldo Alas «Clarín» y Menéndez Pelayo, que es, en gran parte, lo que le ha hecho más conocido para la posteridad. Vamos a ver cómo configuró en su obra y en sus conferencias del Ateneo una visión verdaderamente renovadora del humanismo renacentista. No puede entenderse, sin embargo, este carácter novedoso si no se atiende a la propia novedad del concepto de “Renacimiento” en la segunda mitad del siglo XIX. Un buen ejemplo orientativo del proceso de acuñación del término en España puede verse en el Compendio elemental de Historia Universal, compilado por Camús y publicado en Madrid entre 1842-1843. En esta obra encontramos un capítulo dedicado a la “Invención de la pólvora, de la Imprenta y de la Brújula” donde, si bien no es posible todavía encontrar el uso del término “Renacimiento”, con mayúscula y por antonomasia, ya lo vemos esbozado: “Esa necesidad del estudio de las ciencias para el arte militar coincidió con el tiempo del renacimiento de las letras (...)”. Sí destaca, sin embargo, el uso característico de términos como “luces” e “ilustración”, que tanto nos recuerdan a los presupuestos historiográficos post-ilustrados de historiadores franceses de la talla de Michelet, como podemos ver en el siguiente texto: “En este punto se reunieron las letras y la filosofía para formar el espíritu del siglo XVIII, cuyos resultados han sido tan inmensos y que proclamó la independencia del pensamiento”. La invención de un término como Renacimiento para denominar por antonomasia a una época se orienta dentro de un relato historiográfico encaminado a mostrar el siglo XVI como el precursor de las luces ilustradas.

Las referencias de Camús al “Renacimiento” se deben buscar, ya en el decenio siguiente, dentro de los documentos relativos a las conferencias que impartió en el Ateneo de Madrid. Que estas conferencias se comiencen a impartir en los años cincuenta del siglo XIX debe de responder, precisamente, al momento en el que la historiografía europea va a acuñar el término. Hagamos un breve recordatorio de la acuñación. En 1855, publica Jules Michelet su primer tomo de la Histoire de France au XVIe siècle con el elocuente título de La Renaissance (cuánto nos costó encontrar este libro en París), y es en 1860 cuando Jakob Burckhardt ofrece al público el libro titulado La cultura del Renacimiento en Italia. Ahora bien, hay otro libro de historia que puede dar buena cuenta de ese nuevo estado de cosas, especialmente en España. Se trata de la traducción que, precisamente, Julián Sanz del Río lleva a cabo del Compendio de Historia universal realizado por Georg Weber, de la que llegó a publicar los dos primeros tomos en 1853. Las circunstancias de esta traducción han sido bien estudiadas por Rafael V. Orden Jiménez, que apunta a la posibilidad de que fuera Sanz del Río quien aportó la nueva categoría historiográfica de Renacimiento al mundo intelectual hispano. En todo caso, y más allá de una ociosa discusión acerca de quién pudo ser el personaje que más favoreció la acuñación en España del término, no debe perderse de vista la circunstancia de que las conferencias de Camús sean rigurosamente contemporáneas a este hecho. Sin embargo, por lo que podemos colegir de los pocos datos que tenemos sobre ellas, la adscripción de Camús parece ser más afín al contexto historiográfico francés, concretamente Michelet, que al propiamente germánico.

Con esta perspectiva, intentamos desde hace tiempo reconstruir tanto el contenido como el alcance que tuvieron estas conferencias acerca de los humanistas del Renacimiento dictadas por Camús en el Ateneo de Madrid. Por lo que parece, Camús dio su primer curso al respecto en 1852. Éste, de manera significativa, recibió el título de “Historia literaria del Renacimiento”, híbrido entre las reminiscencias dieciochescas de la “historia literaria” y la novísima acuñación de “Renacimiento” dada por antonomasia a un periodo concreto de la historia de la humanidad. No obstante, también encontraremos después el título de “Humanistas del Renacimiento” (1857-1858). El Ateneo Científico y Literario (entonces en la Calle de la Montera) se caracterizaba por un espíritu liberal y avanzado del que con casi toda seguridad también participarían las conferencias de Camús. Asimismo, es ya de por sí notable que Camús eligiera un tema como este, pues ello da cuenta del renovado interés por recuperar una parcela tan importante del pensamiento, en especial su vertiente hispánica, cuyo estudio ya tuvo en el siglo XVIII figuras tan destacadas como la de Gregorio Mayáns. Una manera indirecta de indagar en los contenidos que tuvieron las lecciones de Camús es a través de los ecos que de ellas encontramos en la prensa. Particularmente, hay una extensa crónica de Emilio Castelar publicada en La época el día 7 de enero de 1858. Desde su comienzo, puede percibirse el espíritu de un encendido progresismo filoprotestante:

“Hay épocas en la historia, en que aparece el espíritu humano tempestuoso como el mar azotado por lo huracanes. Una de estas épocas maravillosas es el renacimiento. (...) El pensamiento humano consigue una victoria increíble; el descubrimiento de la imprenta es también el hallazgo de un nuevo mundo. Lutero, representante de la antigua raza germánica, con su voz de trueno, llama al mundo a las guerras religiosas, y al pensamiento a un titánico y formidable combate. La iglesia se reúne en concilio. El castillo feudal, minado por el municipio, medio destruido por la pólvora, se arruina bajo las plantas de los reyes. Las grandes nacionalidades, saliendo del caos feudal de la edad media se condensan, toman forma y viene a ser en el mundo social lo que los astros en los inmensos espacios. Todas las ciencias reciben un nuevo espíritu. El mundo pasa por una de sus más grandes y más maravillosas transformaciones. Esta época titánica, o mejor dicho, su historia literaria, enseña en el Ateneo de Madrid el Sr. D. Alfredo Adolfo Camús.”

La lección más importante de todas fue, en opinión de Castelar, la de la invención de la imprenta, algo que podemos cotejar también con el Manual de Historia Universal antes citado. La imprenta permite “la propagación de las luces” (nótese, por extensión, la idea de que el Renacimiento es el predecesor de la Ilustración, tan del gusto de Michelet). Guttemberg pasa a ser considerado una especie de santo (Camús, como otros colegas suyos de la Central, profesaba un cristianismo muy sui generis, de corte erasmista):

“Si alguna vez pudiera caber en nuestro ánimo duda alguna sobre la verdad del dogma de la Providencia, ese hombre, que se arruina por su descubrimiento, que arrostra el martirio, que desprecia sus blasones, que se da a la industria tenida entonces en poco, que no vive sino para forjar el gran instrumento que va a poner en las manos de la humanidad, cetro verdadero de su incontestable poder sobre la naturaleza, ese hombre extraordinario, pobre, enfermo, sostenido sólo por una adivinación superior de su propio genio; ese hombre, en cuya despejada frente riela el espíritu divino, que le sostiene en su empresa, será siempre una prueba viva, incuestionable de la intervención directa que tiene Dios en la historia.”

En tonos muy novelescos, Camús narra la desgracia de Guttemberg al entrar en contacto con el platero Fust y el futuro yerno de éste, Schoeffer, que terminarán por arrebatarle el invento. La segunda parte de la lección trató sobre la difusión de la imprenta desde Alemania a las tierras meridionales. Es interesante el repaso que hace de la difusión de la imprenta en España durante el siglo XV y, sobre todo, la oposición entre lo septentrional y lo meridional (cuestión que tanto juego va a dar en el pensamiento filosófico español). Todo este planteamiento viene a ser, en buena medida, una reivindicación de los orígenes del pensamiento humanista:

“El descubrimiento de la imprenta es debido a la Alemania, su perfección a la Italia. Germania, por su natural un tanto místico, es la región de las grandes ideas; Italia, por su riente fantasía es después de Grecia la artista de la historia. Los pueblos del Norte podrán en la soledad de su pensamiento idear maravillosos sistemas, pero esos sistemas no tornarán carne y hueso, no se encarnarán en sus verdaderas formas hasta que los pueblos artistas, los pueblos meridionales, los toquen con la vara mágica de su divina imaginación. Y esto sucedió con la imprenta.”

Y resulta muy interesante la referencia a Erasmo cuando asiste, entre otros genios de su época, a la imprenta de Aldo Manucio para corregir las pruebas de su obra:

“El Sr. Camús nos historió en estilo animadísimo, tornándola a la vida, toda la gloria de esta gran familia. Merced a su palabra vimos al viejo Aldo Manucio, rodeado de los primeros ingenios de la época, de Bembo, Andrés Navagero, Carpi, Erasmo, Pico de la Mirandola, que corregían sus pruebas; trabajando las grandes producciones del genio, desde la Pharsalia de Lucano hasta las Etimologías de San Isidoro, haciendo esperar a la puerta de su estudio a reyes, a princesas, a los que recibía sin levantar los ojos de sus papeles y los despedía sin una sonrisa; verdadero sacerdote de esta nueva y portentosa creación es nuestro espíritu.”

El ambiente de la imprenta de Aldo Manucio podía estar perfectamente inserto en los gustos románticos, tanto los propiamente historiográficos como los de las “novelas de bibliófilo”: al fin y al cabo, se trata de diferentes contextos para la narración-recreación de un mismo episodio histórico. De hecho, a Aldo Manucio ya lo había recreado el escritor romántico Charles Nodier, padre de la bibliofilia moderna, en su cuento titulado “Franciscus Columna”. Este cuento, inspirado en la hermosura del incunable titulado Hypnerotomachia Poliphili, recrea una bella historia de amor sugerida por el acróstico que se forma al unir las primeras letras de cada capítulo (la ilustración que abre este texto tiene que ver con el único paseo que los amantes pudieron dar juntos en su vida, disfrazados durante el carnaval veneciano). He aquí la recreación literaria de Manucio, impresor del incunable:

“(...) una tarde de invierno de 1498 se detuvo una góndola ante la oficina de Aldo Manucio, al que llamamos el Viejo. Momentos después le era anunciada en su estudio al sabio impresor la visita de la princesa Hipólita Polia de Treviso. Aldo salió a su encuentro, la hizo sentar y permaneció en pie ante ella, absorto de respeto y de admiración ante aquella celebrada hermosura, a la que medio siglo de vida y de penas había hecho más augusta sin quitarle nada de su esplendor.”

Lo que entendemos por “historia” no parece ser más que una forma de escritura-narración que imagina y recrea periodos pasados que se idealizan o demonizan. Así las cosas, una parte de la historiografía decimonónica ha creado la portentosa narración del llamado “Renacimiento”, tanto en calidad de paradigma o de pequeño mundo (así lo concibe Burckhardt) como en función de fundador de los tiempos modernos que preparan el camino al llamado “Siglo de las luces” (Michelet). Esta narración, enfrentada, además, al discurso romántico de aquellos que prefieren la Edad Media y lo gótico como nuevo paradigma de identidades, se impregna de un claro discurso liberal y progresista y se sitúa como heredera directa del pensamiento ilustrado. Camús se inscribe, precisamente, dentro de este innovador enfoque.

María José Barrios descubrió hace ya unos meses un interesante documento que liga directamente a Camús con Erasmo. Lo que no era más que una pista razonable se ha convertido ahora en una evidencia, gracias a un prueba irrefutable. Se trata de una edición de los Adagios de Erasmo hecha por el propio Camús. Pero ya habrá tiempo de destapar esta joya en un lugar oportuno. En todo caso, lo que hoy nos parece un término acuñado y neutro, Renacimiento, tuvo en su momento unas connotaciones políticas evidentes. Si tuviera que quedarme con algún ideal, no duraría en quedarme con éste.





Francisco García Jurado
HLGE

miércoles, 25 de junio de 2008

DOS FOTOS DE UNA PARTE DEL GRUPO HLGE

Por si no todo el mundo las conserva, quiero pasaros dos viejas fotos donde aparecemos diversas personas del grupo HLGE. Se trata de dos fotos tomadas en Santiago de Compostela, durante el XI Congreso Español de Estudios Clásicos. Aquel congreso supuso un poco nuestra puesta de largo como grupo. En esta primera foto aparecen, por recorrerla de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha: Ángel Ruiz Pérez, Pilar Hualde Pascual, Óscar Martínez (que no se ha ido del todo), María José Barrios, Paco García Jurado, Marta González, Ramiro González Delgado, David Castro y, como "estrella invitada", Vicente Cristóbal López. Recuerdo que cenamos en una terraza, pero las fotos tomadas allí no son publicables. También quería pasaros otra foto que tomaron a otros integrantes del grupo en una sesión dedicada exclusivamente a temas de historiografía literaria, pero a la que no pude acudir porque en aquel momento tenía que hacerme cargo de otras cosas relativas al congreso. En esta segunda foto se repiten personajes, pero aparece (oh! maravilla) nuestro Eduardo Fernández entre David y Pilar.

Cuando hace unos días nos hemos reunido en la Residencia de Estudiantes y en la Fundación Pastor, a nadie (incluido yo mismo) se le ocurrió llevar una cámara de fotos. Sabéis que también tenemos unos videos colgados en Youtube relativos a la semana de la ciencia. Allí aparecen, entre otros, dos personas que aquí no están: Cristina Martín Puente y Javier Espino. Por supuesto, nos faltan nuestros últimos fichajes.

En todo caso, quiero que este texto sirva como pequeña reflexión para que, la próxima vez que nos veamos, podamos hacer unas bonitas instantáneas que inmortalicen ese momento.

HLGE

martes, 24 de junio de 2008

MARÍA JOSÉ BARRIOS Y NICOLÁS ANTONIO


Aquí la tenemos, trabajadora incansable, en su tarea diaria de investigar. Ha asumido una tarea compleja y algo ingrata, acaso, la Biblioteca de Nicolás Antonio. El erudito del siglo XVII tuvo la idea de recopilar en dos grandes estudios bibliográficos toda la literatura escrita en España desde la Antigüedad hasta su tiempo.


María José da clase en un instituto, por ello esta labor investigadora "no le sirve tanto" (lo digo entre comillas) como a otras personas del grupo. Sin embargo, ahí la tenemos, incansable al desaliento. Enhorabuena, María José. Nos grongatulamos de contar con pesonas como tú en este equipo.


HLGE

domingo, 22 de junio de 2008

BLASCO IBÁÑEZ Y LA VERSIÓN "FANTASMA" DEL MANUAL DE ALEJO PIERRON




Cuando ingresé como ayudante en la Complutense tuve la inmensa suerte de convivir durante unos años con una parte de la biblioteca de D. Antonio Tovar. Allí había una serie de tesoros que, por aquel entonces, aún inmerso en la Lingüística, no sé si pude apreciar en su justa medida. Junto con obras capitales de la filología alemana de comienzos del siglo XX me llamaron la atención un par de libritos, de color marrón oscuro con una decoración que, como luego supe, era muy característica del siglo XIX. Se trataba de la Historia de la Literatura Griega de Alejo Pierron, traducida al castellano por Marcial Busquets y publicada en 1861. Pierron fue un conocido estudioso francés que tuvo la suerte de publicar no los mejores, pero sí los más afamados manuales de Literatura Griega y Latina de la Francia (y la Europa) de su tiempo. Él mismo dice muy ufano que escribe para las “gentes de mundo” y, como he tenido ocasión de comprobar, el mismo Clarín se hace eco de Pierron en algunos apuntes historiográficos que pueden verse en su obra de creación.
Así las cosas, vemos que en España se tradujo relativamente pronto la Literatura Griega de Pierron. De hecho, es el primer manual de una Literatura Clásica traducido al español. El manual de Literatura Latina también circuló (así lo he podido comprobar, por ejemplo, en los apuntes que Canalejas tomó de las clases de Alfredo Adolfo Camús, pues tales apuntes se completan con una parte del texto de Pierron). La diferencia está en que la Literatura Latina circuló en francés, mientras que la Griega lo hizo en español.
En cierto momento, supe que también existía una versión castellana de la Literatura Latina. Miré en las bases bibliográficas y supe que era una versión de Antonio Clement publicada en la editorial Iberia en 1966. No, no me estoy equivocando, en el año de 1966, ya en pleno siglo XX (creo que yo mismo había nacido un año antes, aunque todavía no era muy consciente de ello).
Creí que la historia había terminado ahí, pero algunos indicios me llevaron luego a sospechar que existía una versión castellana bastante anterior en el tiempo a la traducción de 1966. Los datos que tenía me llevaban al convulso año de 1910. ¿Una edición fantasma? Gracias a las búsquedas especializadas al final di con la clave: la traducción del libro de Pierron estaba dentro de una Historia Universal. Particularmente, su Literatura Latina estaba junto a la Historia de la República Romana del gran historiador francés Jules Michelet, del que volveré a hablar en otro momento. También figuraba en el mismo tomo El imperio romano de Victor Duruy, cuya Historia de los Griegos había aparecido en 1890 en la editorial Montaner y Simón. No dejaba de ser relevante, además, que las traducciones de los tres libros, ahora reunidos en un solo tomo correspondiente a esta Historia Universal, fueran de Blasco Ibáñez. La encuadernación es una tela editorial y es un libro profusamente ilustrado, en especial con una serie de cromolitografías que ilustran sobre diferentes aspectos, como el vestido, el ejército, etc. (la ilustración que abre este texto es una muestra).
Blasco Ibáñez, bien lo sabéis quienes estáis estudiando la Colección Prometeo (me refiero a David Castro), tuvo una relación circunstancial si bien no despreciable con los clásicos de Grecia y Roma. En su novela Sonnica la Cortesana aparece una curiosa semblanza de Plauto:

“-Yo no he sido siempre esclavo. Hace poco que lo soy, y cuando gozaba de libertad, mi mayor deseo era visitar tu país. ¡Oh Atenas! La ciudad donde los poetas son dioses...Y recitó en griego algunos versos del Prometeo de Esquilo, asombrando a Acteón por la pureza de su acento y la expresión que sabía comunicar a sus palabras.-¿Es que en Roma os dedican vuestros amos a la poesía? –dijo el ateniense riendo.-Yo era poeta antes de ser esclavo. Mi nombre es Plauto.Y mirando en torno de él, como si temiera ser sorprendido por la familia de su amo, continuó hablando, contento de librarse por algunos instantes del tormento de la muela.-He escrito comedias. Intenté establecer en Roma el teatro, que es entre vosotros como una religión. Los romanos son poco sensibles a la poesía. Aman las farsas. Una tragedia que a vosotros os hace llorar les dejaría fríos; una comedia de Aristófanes les haría dormir. Sólo gustan, ateniense, de los bufones etruscos, de los grotescos personajes de las farsas que llaman atelanas o de los mascarones de agudos dientes y cabeza deforme que desfilan rugiendo obscenidades en las pompas del triunfo. Apedrearían a un héroe de vuestras tragedias, y en cambio braman de entusiasmo cuando en la entrada de un cónsul victorioso pasan los soldados disfrazados con una piel de cabrón y un penacho de crines, y ríen al ver cómo se vengan de su humildad insultando al vencedor detrás de su carro triunfal. Yo escribí comedias para este pueblo y aún las escribo en los momentos que mi amo cesa de maltratarme para que dé vueltas al molino. Los patricios, los ciudadanos libres, no gustan de verse sobre la escena. Aquí despedazarían a Aristófanes, que sacaba a las tablas a los primeros hombres de su país. Mis héroes son esclavos, extranjeros. Mercenarios, y hacen reír mucho al público. He acabado una comedia ahí dentro, en ese antro, ridiculizando las fanfarronadas de los guerreros. Te la recitaría si no temiese que de un momento a otro llegue mi amo.-¿Y cómo has caído en tan mísera situación después de divertir a tu pueblo?...-Cometí la locura de fundar en Roma el primer teatro a imitación de los de Grecia. Era una cerca de tablas en las afueras de la ciudad. Pedía dinero prestado, contraje deudas; el populacho venía a reír, pero daba poco. Me arruiné, y las sabias leyes de Roma condenan al que no puede pagar a ser esclavo de su acreedor. Este panadero, que antes reía mis comedias y me prestaba gustoso algunos sacos de cobre, se venga ahora de su pasada admiración haciéndome dar vueltas a la muela, porque resulto más barato que un asno. Cada carcajada del pasado se trueca ahora en un golpe sobre mis espaldas. Es el destino de los poetas. También vosotros, al gran Esquilo, que siempre fue hombre libre, le agradecíais los versos a pedradas. Quedó en silencio Plauto, y sonriendo melancólicamente dijo después:-Confío en el porvenir. No siempre he de ser esclavo; tal vez encontraré quien me devuelva la libertad. Los romanos que hacen la guerra y ven nuevos países vuelven con más dulces costumbres y aman las artes. Seré libre, fundaré un nuevo teatro, y entonces... ¡entonces!...En su mirada brillaba la esperanza, como si viese ya realizados los ensueños con que embellecía la lobreguez de su antro, mientras rodaba, jadeante como una bestia, el enorme cono de piedra.Sonó ruido en el interior de la casa, y antes de que pudieran verle los hijos de su amo, Plauto corrió a uncirse de nuevo a la barra de la muela, mientras el griego salía de la panadería asombrado de tal encuentro.¿Qué pueblo era este que convertía al deudor en esclavo y hacía de los poetas bestias de carga?” (Vicente Blasco Ibáñez, Sonnica la cortesana [Novela], Valencia, Prometeo, s.d., pp. 259-261)

Naturalmente, esta traducción de la Literatura Romana de Pierron responde, ante todo, a razones económicas. No obstante, cabe preguntarse por la microhistoria de esta obra. Cuántos lectores de comienzos del siglo XX supieron, por ejemplo, de Plauto o de Ovidio gracias a la lectura amable de un manual francés cuya única pretensión era ilustrar deleitando. Como vemos, mientras la Literatura Griega se tradujo en el siglo XIX, la Latina lo hace a comienzos del siglo XX y “camuflada” dentro de una Historia Universal. No dejan de ser curiosas, a tenor de tales asimetrías y desproporciones, las pequeñas historias culturales y editoriales que envuelven el mundo de las letras.

Francisco García Jurado
HLGE